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Begoña Callejón. La afonía me mantiene erguida

ESTÁIS MUERTOS, ESTÁIS EN EL ESPEJO

 

El reflejo hace tintinear las hojas del otoño. Estáis muertos. Estáis muertos porque acariciáis a la muerte en el espejo. Vuestras falanges se agarran a sus cabellos como si se tratase de campanas fúnebres. Estáis muertos. Fingís que respiráis, que vuestros ojos aún pueden derramar lágrimas. La vida es un mundo quimérico, pretérito. Estáis muertos porque la herida ya no duele, sí la cicatriz. Estáis cantando de nuevo, puedo escucharlo, la moral del canto son las bocas de los mudos. El lenguaje no instaura, intuye. Siento nostalgia del instante en el que no descubro, del instante en el que no toco, del instante en el que destruyo con una vara las flores rojas. Estáis muertos porque caminasteis por los prados en soledad, porque les dijisteis que las amabais cuando no las amabais. ¿Cómo habéis muerto? ¿Quiénes erais? Estoy delante de los monstruos tristes de pequeña corona. He devuelto los catres de hielo a la irrealidad. He devuelto la gota al MAR. Fracaso. Fracaso. Fracaso. He pintado de azul el tejado de la casa de plástico. Los muertos dicen: «Pensar es resistir». Las alas de un colibrí están clavadas al escritorio de las efemérides. Miré al reno de la nieve y sentí tristeza. Estáis muertos porque todo puede ser un sueño, ahí es donde está su mayor ventaja. Y entonces hablasteis de la libertad, hablasteis de dios. Tiráis los dados: la pobreza ha vuelto a perder la partida. Tocáis el dolor mientras presionáis las fichas contra el tablero. Estáis muertos porque os miráis al espejo y veis vuestro reflejo. Estáis muertos porque las escaleras se han vuelto una cascada. Es febrero todavía y ya parece inútil llorar por Darwin. Mi niña, mi finita amante, no rebases mi tamaño, tengo a cristo en la cabeza. Vosotros, los que decís que estáis muertos tenéis un nombre griego, un momento de confesión. La experiencia necesita apegos, ¿cómo definir la muerte? A veces agua, a veces fuego, a veces literatura.

 Antología “Tribu versus Trilce”. Karima Editora (2017)


 

La sangre quiere sentarse.

Le han robado su razón de amor.

Alejandra Pizarnik.

-II-

Lo que escribo aquí| se traza en la respiración| el dolor combate al dolor| lo transforma| habituarse al vacío| para hacer inútil la mañana| la tarde| la noche| para demoler| para que a partir del miedo| la heroína se acurruque| entre su miedo y el tuyo| conductos inútiles| frágiles| inclino el cuerpo| sin duda| por el dolor| la mente sigue moviéndose| hasta que se acostumbre| a tu ausencia.

El naufragio de las esquirlas (Inédito).


 

El cuerpo erguido—–inanición—–ventanas para

fugarse—–¿el límite?—–cógeme de la mano—–huesos

rasgados—–en la caída—–por la caída—–al otro lado del

tiempo—–del abismo—–oír—–la caída—–también las

manos tiritan—–hace frío—–el jadeo

corto—–astucia—–dentro de ti—–atraída por el

ruido—–se imponen por mis orificios—–salta—–cuerpo

erguido—–inanición—–(des)prendida—–del

cero—–porque no hay más—–porque todo esta fuera de esta

casa—–aquí no hay habitaciones—–fuera sí—–también hay

días—–también hay imágenes—–las sombras se extienden

cuando

duermo—–como fantasmas—–húmedos—–ciegos—–blancos—–sosegados

—–fuera de la casa—–dentro de la casa—–como una

cuerda—–como una soga—–atada al cuello—–partir es dar

un paso—–no lo daré—–me quedaré en la casa—–aunque la

soga es endeble—–y a veces se rompe—–la afonía me

mantiene erguida—–si alguien habla el silencio

desaparece—–¿qué es el silencio?

El naufragio de las esquirlas (Inédito)


 

HELENE BERTHE AMALIE RIEFENSTAHL – LENI RIEFENSTAHL

(BERLÍN, 22 DE AGOSTO DE 1902 – ….)

 

La hija de la naturaleza baila descalza. Un pájaro blanco susurra: «No es frágil». La bailarina da un giro. Salta- dije. E hizo un espacio de luz frente al sueño. Una visión difusa, prohibida, tal vez obscena.

Años 30. {El cine} sale sin esfuerzo de tus entrañas. Ha llegado la hora. La Hora siempre llega. El triunfo de la voluntad (frente a ti, frente a todos). Se encienden las luces. Murmullos. Ojos de arena. Dientes de lobo al acecho. Hitler te entrega flores. Escuchas la palabra: Gracias. La habitación comienza a girar, a girar, a girar, cada vez más. Y tus pies no pueden escribir la palabra TIERRA tras ellos. Tu cuerpo se desploma. Los tambores de las juventudes y la SS bajando las escaleras al compás de día cualquiera en Nuremberg giran en tu cabeza. Una niña vomita mientras el lenguaje flota sobre las sudorosas cabezas de los asistentes, entre los graznidos implacables de la noche.  En ese instante, en el intervalo en el que tú caes.

No hablo del silencio: hablo del espacio.

Gira, gira, gira. Una ofrenda al discurso. Gira. Una ofrenda al ritmo, a las luces, a las sombras, a los contrastes, al enfoque, a las imágenes. Giran las imágenes. Dejas atrás el aire débil que se oculta tras la niebla, la violencia, los gestos. Y gira. Demasiada luz. Unos ojos que te miran. Un nuba. Ya no gira. Estás ahí. Un hombre desnudo te tiende su mano. Un mareo repentino. Ahora lo entiendes: anudas sus sexos, contemplas sus cuerpos bañados por el sol, su color, ese color diferente, antiguo.

Casi lo habías olvidado.

De “La camada feroz” (Amargord, 2012)

 

(La imagen que abre la entrada pertenece a los pinceles de Sean Phillips)

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