* Michel HOUELLEBECQ, Sumisión (Traducción de Joan Riambau Möller), Anagrama, Madrid, 2015.
Mathias ENARD, Brújula (Traducción de Robert Juan-Cantavella), Random House, Barcelona, 2016.
I. PLANTEAMIENTO GENERAL. EL DISCURSO LITERARIO COMO DETONADOR DE ESPECULACIONES RELEVANTES PARA LA DOGMÁTICA CONSTITUCIONAL.
Es este un trabajo de un lector, profesor de Derecho constitucional, que no se dedica, mal que le pese, a la crítica literaria. De aquí cabe deducir que mis consideraciones sobre este específico campo van a ser sumarias y expuestas de forma inmediata: Sumisión me parece una novela bastante tosca que utiliza recursos propios de opereta (por ejemplo, encontrarse con alguien cuando necesita que el personaje se entere de algo) y en la que no hay el más mínimo interés por el lenguaje. Nunca ha sido Houellebecq, Céline. No obstante, merece ser leída. El pobre personaje central no tiene estatura shakesperiana. Es un miserable súcubo, pero tan repugnante como algunas de las pulsiones que secretamente albergamos.
Brújula es una empresa, desde el punto de vista literario, muy ambiciosa. Puede que fallida en el sentido de demorar en exceso el encuentro de las dos almas que lleva dentro: la colectiva y la enorme historia de amor. El estilo logra no entrar en lo profesoral -incluso cuando habla del gremio- y no ahoga la belleza de los sentimientos. A veces es muy lírico. Artísticamente supone un reto mucho mayor que la primera y será leída con disfrute por quien no tenga ningún interés en el género de comentarios que voy a hacer aquí. Eso sí, es una novela sobre la ensoñación de un pasado, con infinidad de datos que pueden parecer superfluos para que el relato avance. Mathias Enard la ha concebido como un mecanismo de explosión muy retardada; como una prueba a la que someter al lector para que acredite los méritos suficientes y ganar esforzadamente el premio de sus páginas finales. Con la escasa dosis de paciencia con la que contamos en el momento actual está destinada a ser más abandonada que terminada, me temo.
Arriesgadas estas consideraciones sin mayor fundamento que las que le puedan aportar proceder de un lector habitual y que aspira a tener criterio, pasemos al hilo fundamental. Estas son unas páginas destinadas a mostrar que ciertos discursos literarios revelan una serie de pautas culturales que son absolutamente descriptivas del paisaje individual y social que es presupuesto del constitucionalismo. Los discursos literarios, en especial, los que se articulan en forma narrativa suponen un filón para conocer la sociedad al situar en un contexto emocional y racional a sus personajes. Las novelas, como en época griega la poesía épica, en una medida directamente relacionada con su calidad, aúnan razón y emoción como no logra hacerlo ningún ensayo. A Platón le molestaba mucho Homero[1] . Y es que el poeta o el narrador que cuenta o trata de contar la grandeza del ser humano, sus preocupaciones, sus placeres, sus miserias, dibuja a los sujetos de la historia. No podremos entender las demandas que aspiran a convertirse en derechos sin conocer las conmociones a las que están sometidos, sus miedos, sus aspiraciones. Esa es la verdad de la literatura[2] y esta verdad es un instrumento inestimable para la transición entre el ser y el deber ser en que consiste el derecho.
Así se puede entender la importancia atribuida al arte en general en la gestación y en el desarrollo de las comunidades políticas, en ese “vivir juntos”[3]. El arte, lo trascendente, es uno de los elementos que mueve a los hombres y les lleva a sacrificar a veces incluso su propia vida para acercarse a un ideal tal y como ha sido elaborado por los mejores escritores o filósofos[4]. La censura no es sino la confesión con la que el poder reconoce públicamente la importancia del discurso que, en caso de sumar convicción, puede desatar consecuencias completamente imprevistas. Si el discurso convincente lo es, además, por su potencia estética (esto es, artística) su capacidad de derribo puede ser enorme.
Al menos así ha sido hasta bien recientemente. Si nos limitamos al siglo XX podemos encontrar toda suerte de ejemplos en los que discursos literarios dan cuerpo, hacen tangibles, unas creencias de consecuencias políticas muy importantes. No podemos comprender los años 20 o 30 en Francia sin Céline, y Weitz ha recordado cómo la genialidad expresiva de Jünger a la hora de celebrar las acciones heroicas en el campo de batalla lo llevaron a todas las estanterías de las familias alemanas que luego enviarían a sus hijos a las trincheras[5]. Los libros no solo alteraron la consciencia de Don Quijote (en el siglo XVII) sino que siguieron haciéndolo con Jack Torrence, en El Resplandor de Stephen King, durante la década de los 70 del siglo XX. Impulsaron el Renacimiento (De Rerum Natura)[6] o propalaron el odio que dio alas al Holocausto (Mein Kampf).
El XXI presenta otro cariz porque los efectos de los libros no son comparables. Es difícilmente imaginable que haya ninguno que pueda enardecer a las masas. Han quedado como un fenómeno tan residual, descontextualizado e inocuo, -tan inadaptado al tiempo en que vivimos, en definitiva- que no es extraño que en Alemania hayan emprendido sin grandes riesgos (aunque con importante número de ventas) la operación de volver a vender Mein Kampf, con el cinturón de seguridad de una edición crítica apabullante. En definitiva, desde finales del siglo XX se puede con todo el cinismo titular “Gran Hermano” a una repugnante operación televisiva para consumo de vísceras y humores corporales (o animales), sin temor a que alguien le pique la curiosidad por Orwell y la extraordinaria potencia de su pensamiento.
Por tanto, lo más probable es que ni una sola consecuencia, ni directa ni indirecta, se derive de dos de las novelas más importantes que han visto a la luz en Francia en los últimos años. No se acusará recibo de lo que un escritor suelte a propósito de la posibilidad de que la Francia laica y republicana pase a ser presidida por un islamista en el contexto de una posible guerra civil con los partidarios del Frente Nacional. Nada, ni mucho menos, se podrá extraer de una celebración del mestizaje europeo y oriental tal y como era cultivado por un conjunto de personajes a la deriva. Si la segunda economía de la UE no ha logrado que este debate salga del cenáculo intelectual es que hay un mundo que se nos escapa.
Porque no podemos confundirnos: el relieve que han podido tener estas dos novelas es muy relativo comparado, sobre todo, con la incidencia que ejercen otras formas de construir el discurso social contemporáneo. En especial, las series de televisión son una fuente extraordinariamente potente ya que, además, destacan (en muchos casos) por su excelencia, tanto formal como material. Y es que algunas series aportan claves fundamentales para interpretar nuestra sociedad lo que hace que ocupen un rol en las referencias culturales paralelo al que antes desempeñaban ensayos o novelas. Con sus largos desarrollos vierten al espectador todo un conjunto de complejos argumentos en torno al ejercicio del poder y su control (Cfr. desde El Ala oeste de la Casa Blanca[7] a Occupied); la función estatal de protección de la seguridad (CSI); la diferencia (y todos los matices morales que la acompañan) entre seguridad como función estatal y venganza (Dexter); la incidencia en las relaciones sociales y políticas de las nuevas tecnologías (Black Mirror[8]); los límites de la tolerancia y la inclusión de la diferencia (True Blood). Todas estas expresiones artísticas despejan el camino, sitúan al espectador ante los principales ético-políticos de nuestro tiempo[9]. Pantalla de por medio, el discurso es tributario del literario: planteamiento, nudo y desenlace. Las diferencias pueden ser notables y la forma construye de manera inédita el argumento pero creo que A dos metros bajo tierra (Six feet under),[10] es una gran narración.
El salto definitivo viene ahora, y no seríamos sino observadores de pacotilla si no advirtiéramos que estos constructos culturales tampoco tienen una proyección mayoritaria. Compartimos la visión de quienes creen que probablemente estemos ante un importantísimo cambio de ciclo en muchos aspectos pero, sobre todo, por el modo en que se están alterando las formas de comunicación entre los humanos. No es sólo que Gutenberg en la galaxia no tenga un pedestal (no existe gravedad que pueda anclarlo), sino que resulta difícil advertir la huella de los discursos a los que su invención dio alas en la fragmentación, improvisación y esquematización de formas expresivas como las que frecuentan tuiteros y youtubers. Por tanto, Sumisión y Brújula, pese al espejismo que representa que pase horas escribiendo sobre ellas, son el pasado del pasado de Youtube. Un ejercicio, pues, de reaccionarismo deliberado que no olvida su futilidad, su profunda inanidad para los tiempos que se avecinan.
Si pese a ello insisto es porque creo en el interés que específicamente tiene para el jurista, en general, reflexionar sobre lo que evocan y considerar al menos algunos de los perfiles que en ellas he entrevisto. Como hemos señalado, no van a cambiar el destino de nada[11], pero sí son un síntoma capaz de ponernos en situación de cuáles serían las reacciones políticas de ciertas personas puestas en una tesitura dada. Y el jurista no puede estar en la inopia en este sentido. Una vez que la persona se convierte en el centro de toda construcción jurídica tenemos que saber a qué tipo de persona hacemos referencia: pobres, ricos, ciudadanos, consumidores, integrantes de un pueblo concebido como una unidad, persona que define su individualidad en función de un atributo no compartido con el todo (como el que se refiere al género, la raza, la identidad sexual, la clase social…), o mero superviviente en un nuevo estado de naturaleza. Por poner un ejemplo claro, nuestros textos constitucionales tienen como presupuesto el de una persona nacida en circunstancias desiguales pero igual en dignidad, a la que los poderes públicos han de dar por ello la oportunidad de vivir en condiciones aceptables (la tendencial igualdad en la titularidad de los derechos), proporcionándole para ello una educación tal (de momento básicamente literaria y científica[12]) que le permita alcanzar una madurez y juzgar autónomamente en todos los actos de su vida (libre desarrollo de la personalidad), tanto en el ámbito privado, como en el público, de modo que pueda alcanzar su verdad individual y pueda contribuir, en un proceso dialógico, a la verdad pública[13]. El sujeto-tipo de la sociedad en la que piensa el constitucionalismo es un sujeto capaz de alcanzar la virtud y capaz de recuperarla cuando la pierde[14] (presupuesto de la función resocializadora de las penas). Si este estereotipo se aleja tanto que no puede ni llamárselo ficción[15] el constitucionalismo tiene que tocar a rebato[16] .
En estas novelas se habla de amor, de sexo, de entendimiento, de conflicto, de razón, de decisión, de dinero, de historia. Todas estas categorías son elementos esenciales para el acabado dibujo de los personajes y tendremos que pensar en qué será de nuestros modelos jurídico-políticos si el futuro depende de las decisiones que en unos procesos electorales adopten.
Si los personajes no tuvieran ninguna verosimilitud las novelas respectivas no hubieran tocado esa fibra sensible que las ha hecho ser por lo menos compradas (aunque no necesariamente leídas[17]). En definitiva, para mí como constitucionalista, las dos novelas son representaciones bien vívidas de unas conductas que coexisten en un mismo tiempo y lugar. Una es un último episodio, una coda en forma de ave que se extingue y que no renacerá (un antifénix); y la otra casi hace desear no ver el futuro al que aboca, no solo por lo que ocurre, sino por la tristeza profunda de comprobar que tantos empeños por dar forma a los imperativos de la razón práctica kantiana hayan quedado reducidos a vulgaridades. El protagonista de Houellebecq es infinitamente peor que el homo oeconomicus (supuestamente presupuesto del modelo de individualismo posesivo[18]). Que el autor haya corrido el riesgo de situar -como en el resto de sus novelas- en el eje del relato a alguien tan alejado de la virtud; que un ser de esta calaña, reciba la empatía que sus cientos de miles de lectores le dispensan (muchos de los cuales no han leído la novela con el afán entomológico de quien escribe estas páginas) demuestra la cuerda floja sobre la que estamos suspendidos. Ojalá que en quienes la leen esté también la tendencia a exorcizar terrores que cabía encontrar tradicionalmente en los aficionados a la literatura.
II. SUMISIÓN Y BRÚJULA. APUNTES DERIVADOS DE UNA LECTURA PARALELA DE UN CONSTITUCIONALISTA.
Así pues, pasamos a esa lectura entrecruzada de las dos novelas. Sumisión tuvo unas ventas de 120.000 ejemplares en su primera semana en las librerías[19] y he podido asistir, en Francia como en España a muy interesantes debates, tanto formales como espontáneos, sobre muchos de los aspectos que en ella aparecen. Realmente ha supuesto una conmoción (en medios intelectuales). Brújula -desde luego, con mucha menos repercusión- obtuvo el premio Goncourt en 2015, y sus ventas están en torno a los 200.000 ejemplares en Francia[20]. Para muchos medios ha sido presentada como la antihouellebecq, etiqueta de la que su autor, Mathias Enard, ha querido desprenderse[21].
Desarrollemos un poco más sus argumentos.
Sumisión es una novela que se sitúa en un futuro próximo en el que Francia celebra unas elecciones presidenciales con dos candidatos que pasan a la segunda vuelta: el líder del Frente Nacional y otro que encabeza un partido islamista que se presenta como moderado. El protagonista es un profesor de universidad, especialista en un escritor decadentista de finales del siglo XIX y principios del XX, Joris-Karl Huysmans[22], cuya profunda insatisfacción con el mundo lo lleva a recluirse en un monasterio al final de su vida, una vez redescubierta la fe católica. Houellebecq no aspira a hacer de su protagonista un personaje entrañable. Casi todas sus acciones, la práctica totalidad de los juicios que emite son descarnados. Toda la delicadeza de los siglos ha pasado por él sin dejar huella. Como si estuviera en una guerra que sabe que va a perder -trasladándonos que, de hecho, la ciudad está devastada[23]– pasea solo entre los escombros de un mundo que ya había expirado cuando el candidato islamista gana las elecciones. Tras una suerte de huida vuelve y se enfrenta a la nueva realidad sin que en la novela haya ningún indicio de contestación liberal o ilustrada a un nuevo orden en el que, entre otras cosas, las mujeres quedarán para uso y disfrute de los hombres. Sin guerra civil[24], el derrotado se pregunta cómo sobrevive; cómo cumple las funciones fisiológicas elementales en el nuevo modelo político; cómo se alimenta y cómo se va a proporcionar placer físico.
La Brújula del protagonista de Mathias Enard –Franz Ritter, un musicólogo que pasa una extraordinaria noche de insomnio y clarividencia en Viena, un canto del cisne-mira siempre al Este. Mira a Oriente, rompiendo las reglas de la física, porque allí está la amada. Se llama Sarah, y es brillante y hermosa. Con ella trabaja en Estambul, Alepo y Teherán. Pero no es trabajo “burgués”: es una doble epopeya en la que mientras se descubren mutuamente exploran las relaciones entre la cultura europea y la oriental. La novela recrea todos estos momentos deteniéndose de forma muy prolija en artistas, músicos y literatos que encontraban inspiración o refugio en una civilización de la que recogen sus aspectos más bellos. La novela es un puente hacia el otro, interpersonal (en la búsqueda de la persona que se ama y que nunca llega a conocerse) y colectivo (entre Europa y Oriente). Es una novela desesperada por amor; desesperada por la belleza que todos los personajes -principales o secundarios- buscan en las ruinas, en los versos o en la música de Oriente, negándose a conceder crédito a la actualidad que devasta sus lugares de devoción[25]. Franz Ritter busca a la que busca. Oriente ha sido su medio de vida pero creo que podría haberlo sido cualquier otro motivo debido a sus facultades de comprensión del mundo, de admiración por la belleza y las dificultades de convivir con la barbarie.
En estas páginas mantendré que ambas novelas están escritas desde presupuestos estéticos y éticos completamente divergentes. Con todo hay algún punto en común que no es poco significativo. Por ejemplo, en ninguna hay concesión al humor o la ironía. Las dos se toman extraordinariamente en serio y son, a su manera, sombrías lo que puede ser expresión de las dificultades de afrontar este mundo con seriedad y ligereza a la vez. No hay una vía de escape; no asoma posibilidad alguna de alterar la suerte de los acontecimientos. El mundo te supera y no nos reímos.
La seriedad y la rigidez de los discursos corren en direcciones absolutamente opuestas a partir de aquí. Cuando las dos novelas se enfrentan a las magnitudes esenciales de la existencia humana, desde las más espirituales a las más prosaicas, se destacan con toda radicalidad la oposición de los enfoques. Veamos cómo son tratados el amor, el dinero, el tiempo, el otro y la opinión pública en la figura del intelectual.
1. En el caso de Brújula, la protección -el regazo- es la memoria: el conjunto de representación y reelaboraciones sobre el mundo que se alcanzan a partir de la intersubjetividad (ya sea presencial, o a través del contacto con la creación artística). Esto no es una quimera sino una realidad que conforta en la noche del moribundo; es la Ilustración hecha acción: lee, piensa, bebe con los amigos, comparte y ama; sobre todo, ama. Una de las narraciones más conmovedoras de toda la novela es aquella en la que Franz recuerda en un e-mail maravilloso la tarde en el jardín de una casa de Teherán en la que el maestro de Sarah rememora las vilezas morales que cometió por un amor que jamás le correspondió. A esta reliquia ebria de erudito sólo le mantenía vivo el recuerdo de lo que no pasó de ser un estupro con el telón de fondo de la Revolución iraní. El amor, el gran amor como mito; como la única posibilidad de comunión con lo colectivo del tiempo que se les escapa de las manos a los occidentales cultos. Sin ideologías, sin religión, el amor -la recitación del amor en los gazales escritos siglos atrás en persa- te permite cometer los grandes pecados que dan luego lugar a la redención.
Y en Sumisión todo se reduce a una versión pedestre de nihilismo postmoderno: el pensamiento no es sino juego. Actúa con desgana; come mierda y bebe hasta caerte; nada tiene sustancia; folla, folla, folla; por la boca, por el culo; y llora, si acaso, cuando sin saber por qué tu objeto de deseo se vaya a follar con otro o con otra. Solo. Estás solo. Y quieres dinero.
2. En este sentido, de nuevo, ambas novelas se separan de manera muy importante. Brújula puede leerse como una novela ahistórica. Para esta aristocracia intelectual el dinero no existe. Vagan de acá para allá sin preocuparse por su subsistencia material (afortunadamente todavía cuentan con naciones que consideran la subvención de sus paseos como un bonito signo de su grandeza y magnanimidad). Es más, creo que en este sentido hay una cierta tesis que quiere ser compartida con el lector: la búsqueda, la gran búsqueda que es la vida, sea cual sea la dirección que se tome, no puede pasar por el dinero. La permanente huida de Sarah, personaje verdaderamente puro[26]-tan alegre como moral- nada tiene que ver con lo material.
La novela de Houellebecq es un antagonismo de pureza diamantina. Coloca, como fue perfectamente advertido por Viala[27], al dinero en un lugar central. La Sorbonne es comprada y se duplicará el sueldo de los profesores que se conviertan voluntariamente al Islam. La nueva estructura jurídica que se propone busca la modificación de todo el eje productivo para volver a situarlo en torno al Mediterráneo disolviendo la UE. La potente distopia de Houellebecq no reside en la combinación entre religión y política sino entre dinero -quienes ahora lo tienen- y quienes solo conservan el instinto de supervivencia.
3. Si bien he preferido comenzar destacando la posición del amor y el dinero por considerar que ambas magnitudes sirven para medir el grado de violencia y crueldad tolerables del que las diferentes novelas parten[28], el objeto más directo de ambas es el que se refiere a las relaciones con el otro, a la alteridad.
Mathias Enard sostiene, en Brújula, que Europa y Oriente mantienen una conjunta red de relaciones de las que son representación ese conjunto de artistas y estudiosos que, por distintas razones (desde la puramente intelectual al esteticismo más amoral, pasando por la que tiene que ver con las adicciones, sexuales o a los estados alterados), sienten una atracción hacia Oriente y hacia las personas atraídas por Oriente.
En Sumisión, en cambio, hay dos culturas que en su grado de desarrollo actual están profundamente enfrentadas de modo que sus movimientos son solo estrategias para aniquilar los presupuestos de la que consideran enemiga. Esto es, mientras una se detiene en los puentes que hubo y que pueden ser reconstruidos, la otra pone énfasis en las simas que las separan. La forma en la que el conflicto social se presenta es, por tanto, absolutamente divergente. En Brújula el estudio permite la contemplación de tantos matices, la obra de arte logra tales milagros, que razón y sensibilidad se convierten en disolventes de los antagonismos. Por más que Franz se muera de celos por la relación que une a Sarah con un músico iraní, desde el primer momento confiesa que es injusto dirigir a semejante virtuoso reproche alguno.
En cambio, Sumisión dibuja un conflicto desatado solo resoluble con la técnica de los mercachifles. Las dos civilizaciones son opuestas. Una es pujante y la otra está en declive. Una tiene dinero y la otra está quebrada. Ninguna tiene ningún interés en el reconocimiento mutuo. La conversación es una estrategia para imponer un contrato de adhesión. Ni siquiera es el amor un territorio de encuentro, retirado cada amante (o lo que sea) a sus cuarteles de inverno. El choque de civilizaciones es insalvable. Francia es islámica y los judíos a Israel.
4. Más que el tiempo físico es importante el tiempo electivo; esto es, aquel tiempo que se erige como paradigma de comprensión de lo que nos ocurre y que sirve para conocernos y conocer a los demás. En este aspecto las dos novelas muestran una diferencia mucho más intensa que la que separa los escasos decenios en los que se sitúan las acciones de cada una de ellas.
Brújula es la novela de un moribundo que piensa sobre su mundo; detenido en lo que se fue y en lo que apenas llegó a consumarse (su amor extremo y nada loco por una mujer fascinada por las más elaboradas manifestaciones del intercambio cultural. Una mujer apenas entrevista; un objeto de deseo velado, como el mismo Oriente; una obsesión buscada que nunca se deja alcanzar; una tabla de salvación frente a la destrucción a la que no cabe oponer ninguna solución[29]). Es una novela de un herido –lletraferit– intelectual; es una novela sobre el pasado. Una novela que añora el pasado y que demuestra que los e-mails pueden ser pasado (los correos electrónicos que se envían son epístolas a la antigua usanza[30]).
La de Houellebecq es una novela sobre el presente más inmediato, más acuciante, sobre un tiempo colectivo en el que apenas tenemos tiempo de elaborar una narrativa. El acompasamiento del estilo literario a esta realidad es perfecto. El escritor narra como si no hubiera un ayer; como si el mañana sólo pudiera guiarse por la más eficaz estrategia de supervivencia. El pasado ha sido arrasado; nadie hay ya que lo proteja y el futuro será de los que se adapten.
Sumisión es una novela sobre el presente; Brújula sobre la evocación de un pasado, sobre un pasado imaginario y esdrújulo. Ninguna de los dos sobre el futuro. Por ello en ninguna de las dos hay hijos. La descarnada Sumisión tiene la fecundación a una distancia intelectual insalvable. Es inconcebible. En la matizada Brújula, el matiz pudo existir. Nos enteramos al final. No pudo ser. Nada ha podido ser.
5. Y no puedo concluir estas breves reflexiones sin atender a la descomunal distancia que hay entre los dos intelectuales que protagonizan ambos relatos. Porque hablar de los intelectuales y de cómo se enfrentan al mundo es describir la manera en la que se acercan a la realidad y pretenden cambiarla (si es que lo hacen) quienes forman parte de la vanguardia del conocimiento. Esta es una de las lecturas, a mi juicio, más interesantes que pueden derivarse de las dos novelas. Sumisión está protagonizada por un profesor, un intelectual en estado químicamente puro, dedicado a escudriñar los textos de un escritor que superó su desvalimiento acercándose a la creencia religiosa que ha constituido la columna de Occidente (Huysmans y el cristianismo). Esta figura, decimonónica, del pasado, se enfrenta al intelectual del siglo XXI, pero no le dice nada. No le ayuda en nada, como él no pretende ayudar a nadie. Así, si bien Franz Ritter, el musicólogo de Brújula, es un heredero de Thomas Mann, el de Sumisión es un intelectual que piensa con la polla y con el bolsillo. Sigue pensando, es verdad, porque hizo una tesis y publicará en La Pleiade las obras completas de Huysmans. Pero su pensamiento sobre la realidad solo se separa del hombre vulgar, zafio sin reservas -claramente es un hombre[31]– en pocos aspectos. Y es que en buena medida piensa como el hombre que ya no está acuciado por las necesidades económicas pero que se entretiene con los espectáculos más risibles; como discurre aquel al que el sistema educativo no ha logrado hace cejar en los más bajos instintos que anidan en la naturaleza humana. La manera en la que ama es la de la pornografía. Y el dinero le mueve. Sigue siendo un intelectual en el sentido en el que, por ejemplo, el patriotismo le trae sin cuidado. La cuestión de los otros, el rechazo a lo ajeno; todo ello no representa para él nada. La ética es la del que no espera nada, ni de lo personal ni de lo colectivo. Buena parte de la dinamita de la novela está en conseguir hacer verosímil que en nuestro tiempo los intelectuales se parezcan más al protagonista de Sumisión que al de Brújula.
III. CONCLUSIONES
El hijo de una de las víctimas del atentado terrorista en la sala Bataclan de París terminaba el homenaje rendido el 12 de noviembre de 2016 con la expresión: “Vive la tolérance, vive l’intelligence et vive la France”[32] .
Esta podría ser la lectura de Francia de un lector cómplice de Enard. Alguien que cree en que los lazos sociales son una construcción cultural; alguien que confía en la potencia casi salvífica de la cultura; en el amor; en la igualdad entre las personas; en que el pensamiento matizado y la reflexión intelectual y colectiva, junto con la apreciación de la belleza nos puede llevar a ser más dignos. Es verdad que no hay propuesta cuando todo esto se va al garete. La respuesta del hijo de una de las víctimas del Bataclán es la plegaria del constitucionalismo y no sabemos dónde podemos ir cuando no tiene base social que la apoye.
Si la base social es el personaje de Sumisión el constitucionalismo está en vísperas de su desaparición. Sin lazos sociales, sin amistad, sin la convicción íntima en la igualdad entre los seres humanos (en general y respecto de los sexos en particular), sin que la cultura sea más que un entretenimiento puramente formal al que no cabe atribuir posibilidad emancipatoria alguna el totalitarismo, un nuevo totalitarismo (cuyos mecanismos de control social sabe bien imaginar Houellebecq), tiene franca la entrada[33].
El constitucionalismo liberal aspira a incluir a los que están y a los que no están. La pretensión del constitucionalismo es universal y así puede verse en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que establece: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pero el derecho es un caballo de cartón en un baño (tomando la maravillosa y certera imagen de la Autobiografía poética de Luis Rosales[34]) cuando el discurso generalizado no lo sostiene. Las dos novelas que hemos muy brevemente caracterizado en sus líneas esenciales (esquematizando, seguro, más de lo conveniente pero espero que sin traición a sus elementos definitorios) muestran dos caminos opuestos: el de la cultura cosmopolita como vía, posiblemente infructuosa, tan bella en su decadencia como en su diletantismo; y el de la aceptación de la miseria humana, seguro para una existencia huérfana, pero existencia al cabo. Si en otra extralimitación trasladamos estos discursos al momento jurídico actual podríamos considerar que la una nos habla del constitucionalismo global y la otra nos muestra las contradicciones a las que abocan los valores identitarios en un contexto nacional en el que, sin embargo, la globalización es ya irreversible (recordemos que una de las dos coincidencias de las novelas es la irrelevancia final de las fronteras nacionales; en un caso –Brújula– como elemento profundamente antinatural que no supone traba alguna para la comunicación entre los nacidos en cualquier lado; en el otro, –Sumisión– con muchos más matices, porque si bien es cierto que el debate político se cifra en clave predominantemente nacional, también lo es que los flujos financieros que los Emiratos Árabes inyectan a Francia tienen un papel definitorio). La confianza en el constitucionalismo global es a día de hoy equivalente a la creencia en que las historias de Las mil y una noches tengan la capacidad de frenar las ejecuciones que la leyenda les atribuye. ¡Qué brutal y qué liberal es pensar que alguien olvide la pulsión de matar en el disfrute del acto de escuchar a otra lo que otros han venido contando a lo largo de los siglos! Pero desterrar toda esperanza en la universalidad de los valores; concebir y resignarse a que los protagonistas de la historia estemos solos, desvalidos y huraños como bestias heridas, incapaces de trabar una conversación desde los postulados del imperativo categórico kantiano, desde la racionalidad comunicativa habermasiana, desde la misma compasión religiosa; sin fe; sin fe en la libertad y en la igualdad; sin mantener la fe en las ficciones que han llevado a muchos a acercarnos algo más a los principios que encarnaban ninguna de las promesas de la política[35] podrán llevarse nunca a cabo. Probablemente estas dos novelas, en su extraña y desolada belleza, nos están dando claves de un mundo que otros ensayos no logran transmitir, ahogados en los requerimientos metodológicos que no permiten que personajes reales tomen vida.
NOTAS FINALES
[1] S. WOLIN, Hobbes y la tradición épica de la teoría política, Foro Interno, Madrid, 2005, p. 55.
[2] F. BALAGUER CALLEJÓN, “Verdad y certeza en el derecho y en la literatura”, en Marcilio Franca Filho, Geilson Saloma~o Leite y Rodolfo Pamplona Filho (Coords.) AntiManual de Direito & Arte , Editoria Saraiva, Sa~o Paulo, 2016, págs. 333-351.
[3] Concepto muy relevante en la resolución por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos del caso relativo a la prohibición del burka en la vía pública, S.A.S c. Francia (Gran Sala), 1 de julio de 2014.
[4] Cfr. sobre el control del arte en la República de Weimar a E. D. WEITZ, La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia, Turner, Barcelona, 2009.
[5] Op. Cit., p. 390-391
[6] Tesis de Greemblatt que en El Giro pone como vórtice el descubrimiento del ensayo de Lucrecio De rerum natura. Cfr. S. GREEMBLATT, El giro: De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, Crítica, Madrid, 2014.
[7] Cfr. dentro de esa interesantísima colección de la editorial Tirant lo Blanch dedicada al Derecho y al cine el tratamiento de Miguel Presno sobre El Ala Oeste de la Casa Blanca. Cfr. M.A. PRESNO LINERA, The West Wing. La Política como promesa, Tirant lo Blanch, Valencia, 2016.
[8] Increible y devastador el capítulo con el que se inicia la serie. The National Anthem. https://es.wikipedia.org/wiki/The_National_Anthem_(Black_Mirror)
[9] Ya lo hacían con la generación a la que pertenezco que recibió una dosis muy efectiva de principios antidiscriminatorios y de defensa de la dignidad humana con dos serie de tremendo impacto: Holocausto (https://es.wikipedia.org/wiki/Holocausto_(serie_de_televisión) y Raíces https://es.wikipedia.org/wiki/Ra%C3%ADces_(miniserie)
[10] https://es.wikipedia.org/wiki/Six_Feet_Under_(serie_de_televisi%C3%B3n)
[11] Por eso me parece absurda la discusión de si Houellebecq es islamófobo o no. Esta es una perspectiva que piensa en esta novela como si fuera a ser un panfleto leído por todo el cuerpo de iletrados que engrosaran la filas de los partidos extremistas.
[12] En definitiva ayudando al estudiante a discernir entre mera opinión, creencia y conocimiento. Enseñándole a discurrir diferentes instrumentos para encontrar la verdad para que finalmente pueda encontrarse la verdad de cada uno.
[13] Tan contingente como se quiera, pero verdad al cabo. R. RORTY, Contingencia, ironía y solidaridad, Paidos, Barcelona, 1991.
[14] Sentido profundo del llamado “Derecho al Olvido”, me parece. Cfr. V. MAYER-SCHÖNBERGER, Delete: The Virtue of Forgetting in the Digital Age, Princeton University Press, Princeton, 2009.
[15] E.S. MORGAN, La invención del Pueblo. El surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y Estados Unidos, Siglo XXI, Buenos Aires, 1988.
[16] Es una forma de tocar a rebato la teoría constitucional de Juan Luis Requejo en El sueño constitucional, recordatorio permanente de que el hombre es sobre todo un hombre (no un lobo, se nos insiste) para el hombre (esto es, un ser dominado por la violencia y solo reductible cuando la violencia es correcta y eficazmente administrada por la estructura estatal). J.L. REQUEJO PAGÉS, El sueño constitucional, KRK Ediciones, Oviedo, 2016.
[17] En un sentido parecido podría hablarse de la razón por la que El libro de la vida sexual del Profesor López Ibor estuvo en muchos anaqueles de los españoles de finales de los 70 a una distancia prudencial (a veces, no todos eran tan escrupulosos) de La Biblia.
[18] C.B. MACPHERSON, Teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke, Trotta, Madrid, 2005.
[19] http://www.lefigaro.fr/livres/2015/01/15/03005-20150115ARTFIG00194-michel-houellebecq-numero-1-des-ventes-toutes-categories.php. También estivo entre los más vendidos en Alemania e Italia (cfr. http://www.france24.com/fr/20150210-soumission-houellebecq-islam-islamophobie-tete-ventes-europe-france-allemagne-italie-superstar-litterature). No es irrelevante que su aparición en las librerías se produce el mismo día de los atentados terroristas contra la revista satírica Charly Hebdo.
[20] https://www.actualitte.com/article/monde-edition/les-ventes-de-livre-en-hausse-pour-la-premiere-fois-depuis-2009/62863
[21] Entrevista en El confidencial. http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-09-15/enard-brujula-islam-houellebecq-goncourt_1259652/
[22] Cfr. para una contextualización de este autor la introducción de la edición de A contratiempo de Cátedra, a cargo de Juan Herrero (2004)
[23] Mecido por conexiones intuitivas a las que me han llevado, no obstante, lecturas recientes creo a veces encontrar ecos de las andanzas de César González Ruano en París (Cfr.. José Carlos Llop, París: Suite 1940, RBA, Barcelona, 2007; Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas, El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado, Anagrama, Barcelona, 2014) durante los años de la ocupación. Y es que creo importante resaltar que Houellebecq cuenta de forma magistral cómo pueden operar estos cambios trascendentales en la personalidad de los ciudadanos cuando hay cambios radicales en la macropolítica; esa red de traiciones directas o solapadas; ese aceptar el poder venga de donde venga; estas estrategias de autojustificación; la cobardía, la cobardía que hoy más que nunca anida en todos nosotros porque claramente el Estado moderno de occidente ha sido hasta ahora tan eficaz en su propalación de que a él le corresponde el monopolio legítimo de la violencia (Max Weber) que carecemos de la mínima disposición para la autodefensa (creo que así deben interpretarse las palabras que en un muy criticado tuit corresponden a Pérez Reverte al día siguiente de los atentados de la Sala Bataclan en París: “Lo que llamamos Occidente ya no está preparado para encajar horror. Lo borramos de nuestra educación. Esa desmemoria nos deja indefensos”. Y si los centenares de la discoteca se hubieran abalanzado sobre los del kalashnikov?”
[24] Como la que no obstante ve cercana el responsable francés de seguridad en su comparecencia a puerta cerrada ante la Asamblea Nacional en mayo de 2016. Ciertamente luego desmintió haber utilizado estas palabras (http://www.lcp.fr/la-politique-en-video/le-patron-de-la-dgsi-dement-avoir-parle-dun-pays-au-bord-de-la-guerre-civile) pero no creo que el mentís sea enteramente creíble.
[25] El arrasamiento del patrimonio artístico por los islamistas radicales se describe con dolor contenido. La novela, como afirmaré de inmediato tiene, a mi juicio, una dosis de novela de tesis si por esta entendemos aquellas que vienen a sostener uno o varios postulados. Uno de los múltiples que aquí se encuentran es la de la importancia de la Memoria -si no sabemos de dónde venimos, jamás podremos hablar en nombre de lo nuestro- y su fragilidad. Solo la cultura puede evitar que olvidemos todo cuanto hemos sido en el nombre falso de lo que somos. Este fenómeno de amnesia calculada no conoce límites y así puede verse por ejemplo en la desfiguración completa del pasado andalusí de la Península Ibérica. Efectivamente, si se piensa en lo que era Granada desde los siglos XI al XV parece totalmente increíble como nada quedó de todo aquello; ni musulmanes, ni judíos, ni descendientes de los esclavos sudaneses que llegaron a Granada; ni del árabe o del hebreo escrito; ningún recuerdo durante mil años de más rey que el que convenía humillar cuando entregó las llaves de la ciudad (Boabdil).
[26] Otro de los aspectos en los que cabe ver el clasicismo de Enard: el lector no encuentra en la trémula oda de Franz otra cosa de agradecimiento por permitirle compartir una belleza física y moral sin más tacha que la de buscarse incesantemente y, al final, con una cierta desesperación. Sarah es, en una reconstrucción que Franz hace sin fisuras para que el lector no dude de ella, un ser angelical: en la amistad, en las relaciones familiares, profesionales, sociales, en general (recuerdo que se casa, sobre todo, para solucionar los problemas de residencia en Francia de su amigo)
[27] A. VIALA, “La transcendance républicaine en question. Autour de « Soumission » de Michel Houellebecq”, Revue Droit et Littérature, n° 2, 2018.
[28] Son de necesaria lectura las páginas destinadas a hablar de la violencia insuprimible en J. REQUEJO, El sueño constitucional, Op. cit., p. 38.
[29] Es llamativo cómo la brutal guerra de Siria o los ahorcamientos de las mujeres en Irán (con las vestimentas atadas por los pies para resguardar la decencia) no dan pie a ninguna exploración real de las soluciones por parte de personas que se suponen que atesoran el conocimiento más completo sobre el pasado de estas sociedades. A estas aberraciones, Brújula, responde, “cultura”; la reconstrucción de una nobleza cultural a través de la música, la literatura…
[30] En este sentido es una novela en la que lo que no es concebible es la televisión (que sí sigue teniendo importancia en Sumisión. Michel se entera de la victoria del islamista en su huida por los televisores de los hoteles).
[31] Aquí se presenta también otra gran diferencia con la novela de Enard. El clasicismo -creo que ya podemos hablar de este pasado que refleja como clásico aunque todavía vivamos entre sus rescoldos- puede apreciarse en el sentido en que el soliloquio, la reconstrucción hecha en la larga noche de insomnio que se anticipa como una de las últimas -esa celebración de la lucidez- es de un hombre pero podría ser perfectamente firmado por una mujer. Asume por completo lo que es un lugar común de nuestra forma de convivencia: que mujeres y hombres, podemos compartir la forma de ser y de pensar; que no hay más alteridad sustancial que la que nos separa de cualquier otro ser humano. La desalmada Sumisión –supongo- debe ser difícil de leer por una mujer. El personaje es misógino -porque es misántropo- con el agravante de que el misántropo heterosexual urgido reduce a la mujer a la categoría de contenedor.
[32] http://www.francetvinfo.fr/faits-divers/terrorisme/attaques-du-13-novembre-a-paris/video-13-novembre-l-hommage-du-fils-d-une-victime-vive-la-tolerance-vive-lintelligence-et-vive-la-france_1918609.html
[33] Sobre las consecuencias de la victoria de Trump ya nos puso sobre aviso un gran escritor con el que es un honor terminar este ejercicio de diletantismo, Phillip Roth, imaginando que el antisemita Charles Lindberg ganaba las elecciones presidenciales de 1940. Cfr. P. ROTH, La conjura contra América, Debolsillo, Madrid, 2012.
[34] L. ROSALES, “Rimas”, en La casa encendida. Rimas. El contenido del corazón, Cátedra, Madrid, 2010, pp. 307-308.
[35] H. ARENDT, La promesa de la política, Paidos, Barcelona, 2008.