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El Tratamiento del espíritu agonal antiguo desde una perspectiva estética

1. INTRODUCCIÓN

Con este trabajo me propongo analizar el deporte desde un punto de vista ético y estético. Además, tal y como hizo Filóstrato en su tratado para el profesor de gimnasia (Gimnástico), pretendo analizar las cualidades personales que se ocultan bajo el espíritu combativo antiguo. De este modo, el deportista que lo da todo por ganar la competición será examinado a partir de la idea de un imperativo moral que le lleva a ser el primero y el mejor.

Además, intentaré poner en relación los valores olímpicos de la antigua Grecia con los valores del deporte en la actualidad basados en la excelencia, la amistad y el respeto. La razón fundamental para establecer este vínculo es la existencia de una continuidad que marca la trayectoria entre ambas realidades tan distantes en el tiempo. Personalmente, creo que ese punto de unión, por el que mundos tan dispares son conectados a través del ideal olímpico, existe y tiene un valor espiritual que se impone sobre el devenir histórico. Me refiero a que la ética subyacente al deportista, entendido como el sujeto que, a través de un movimiento corporal preciso y equilibrado, intenta superar los límites de su vulnerable naturaleza humana, es una constante universal.

La superación de la condición finita del ser humano a través del arte –y en este caso entiendo el deporte como arte corporal– es un anhelo deseado por unos pocos. Es la búsqueda de la virtud que sólo encuentran los mejores. Los pocos que destacan son los aristócratas o, expresado en términos deportivos, los deportistas de élite.

Ese intento de superar la vulnerable naturaleza humana viene regido por una ética subjetiva de depuración física, mental y espiritual, ya descubierta por los antiguos griegos y acuñada bajo el nombre de agonismo. Es el agonismo una emoción universal que expresa el ansia de conseguir la virtud de la trascendencia a partir del juego limpio. Por ello, respeto, amistad, excelencia y esfuerzo han sido los valores más destacados que han definido el deporte desde su origen hasta la actualidad.

No obstante, los rasgos que definen esta concepción del deporte como algo extraordinario, que requiere de un esfuerzo físico y de un talento excelente, han sido malinterpretados a lo largo de la historia. El ideal helénico del atlético cuerpo desnudo que se muestra en su totalidad, enfrentado a su propia naturaleza mediante el despojamiento de lo accesorio y plasmado a través de su conversión artística, ha sido tergiversado por motivos políticos en diferentes periodos históricos. Esto ha ocurrido cuando la moral estética que reafirma la filantropía ha sido absorbida por la moral política. Mediante la política, el arte que expresaba el ideal helénico del kalokagathia ha servido para representar una serie de valores políticos que nada tienen que ver con el plano artístico. Haciendo un uso avieso del arte helénico, algunos regímenes totalitarios como el nazismo o el comunismo soviético transformaron el mensaje ético-artístico en un mensaje social-político por el que el ideal estético griego fue desposeído de sus valores primigenios y utilizado como escaparate con el que enmarcar una verdadera estética del mal basada en distópicas ideas sobre la sociedad.

2. DEPORTE Y SOCIEDAD

a) LAS RAÍCES DEL OLIMPISMO

Según afirma el historiador de filosofía J. Huizinga en Homo Ludens (1938), los juegos y las competiciones son un fenómeno universal presente en cualquier civilización. Ahora bien, ninguna cultura ha presentado un afán de competición como la griega, hasta el punto de haber hecho de él un ideal de vida. En este sentido, Burkhardt individualiza la competitividad como el elemento más destacable de la cultura griega; una actitud que coincide con el surgimiento de las primeras escuelas filosóficas en el siglo VI a.C de tal modo que, según el autor, se produce un trasvase de términos que va de la competición deportiva al debate intelectual. Desde esta perspectiva cabe interpretar el aforismo de Heráclito: “la guerra es la madre y la reina de todas las cosas” pues en él subyace una lógica de la contradicción que hace del agonismo un principio del universo mismo. Donde no hay lucha de contrarios, no hay armonía, ni logos. En la misma línea, Empédocles hizo del Amor y el Odio las fuerzas contrapuestas que originan la diversidad del cosmos. Una vez más, el agonismo entre los dos principios se convierte en el motor cósmico con el que el hombre debe necesariamente sintonizar.

Por consiguiente, la cultura griega estuvo caracterizada por un nivel de competitividad en todas las áreas del saber de tal forma que es imposible entender la espiritualidad griega sin tener en cuenta el sentimiento que suscita el aventajarse y distinguirse de los demás mediante la participación en la competición; un sentimiento que llena de sentido el concepto de agonismo. Así pues, el clima agonístico en Grecia propició la invención helénica del deporte e influyó decisivamente en el espíritu de este pueblo. Pues como indican Jorguera García, Molina Morote y Sánchez “La originalidad griega estriba en que institucionalizó y extendió el instinto agonístico a todas las manifestaciones de la vida” (García, Morote y Pato, 2015, 304).

b) AGONISMO Y KALOKAGATHIA

Como se ha dicho anteriormente, el agonismo es un concepto clave para el mundo griego, que en gran medida explica el comportamiento de la civilización y su pasión por el deporte. Según Scanlon (1983, 158), agón se refería concretamente a: «“reunión asociada a competiciones”, en la que aparecen los siguiente elementos: espectadores, participantes, contendientes y premios» (García, Morote y Pato, 2015, 302). Estos certámenes son descritos en la literatura griega como encuentros amistosos en los que tenía lugar un clima agradable entre participantes y espectadores procedentes de diferentes lugares. Ahora bien, el origen de este concepto se encuentra en Homero. Aunque se supone que la cultura cretense es la precursora del trance agonal, es en la literatura homérica donde encontramos “el verdadero espíritu del deporte” (García, Morote y Pato 2015, 304). En sus dos obras la Iliada y la Odisea, ambas datadas alrededor del siglo VIII a. C., Homero describe los eventos deportivos por primera vez. El espíritu competitivo helénico que emana de estas obras, se acabó imponiendo como máxima vital hasta el punto de ser considerado la característica más importante del mundo griego.

Podemos decir que en el 776 a.C., año en el que comienza la cronología olímpica en el entorno del santuario de Olimpia, el espíritu agonístico ya estaba completamente arraigado y formaba una parte importante del carácter panhelénico. Progresivamente,  los Juegos fueron llevados a diferentes polis, dando lugar a los Juegos Píticos, los Istmicos, los Nemeos y las Panateneas etc, De esta forma se fue consolidando, como indica Durántez (1977, 308), un “cohesivo sentimiento de unidad” (García, Morote y Pato 2015, 302). Guiado por ese sentimiento de unión deportiva, Lisias de Siracusa en su Discurso olímpico XXXIII, animaba a los deportistas a participar en los Juegos, porque de este modo “los hombres [que] medían su fuerza y su valía y escuchaban las disertaciones de los filósofos, plantarían la semilla de la amistad en los corazones” (cit. en García, Morote y Pato 2015, 302).

Junto con el agonismo, hay otro término que define la sociedad griega de los siglos IV y V a. C.; se trata de la kalokagathia. Ambos conceptos, comenzaron a gestarse con los poemas homéricos y describen el código de conducta ético por el que estaba regida tanto la sociedad como el deporte en la Grecia Clásica. En concreto con Kalokagathia se designa el ideal de virtud de la aristocracia griega. Como señala Aristóteles: “se dice kalokagathia de lo que es perfectamente bello y bueno; de hecho, puede presumir de esta cualidad el que es completamente hábil, valiente, no corrupto” (Ubaldo, 2008, 28). Como puede observarse en esta definición, subyace una concepción elitista y antidemocrática porque exige poseer no sólo las cualidades del buen ciudadano, sino también la cualidad de la belleza física. Así pues, en este término se concreta todo los ideales de una ética aristocrática que recaen sobre la prestancia atlética, la salud, el cuidado del cuerpo y la ausencia de trabajo manual pues éste era realizado por los esclavos por ser considerado envilecedor.

Por otra parte, hemos de tener en cuenta la tesis unida a la Kalokagathia, es decir, la imposibilidad de enseñar la virtud. La virtud implicaba la capacidad de obtener el éxito en un ámbito determinado y, por consiguiente, la excelencia en una actuación. La imperturbabilidad que nace con la conciencia de la propia superioridad no se podía adquirir con la educación, se heredaba a través de la sangre de los padres.

Así pues, en un principio, predominó una moral aristocrática, mediante la cual se consideraba que la nobleza del alma venía dada por el linaje familiar.  Por ejemplo Píndaro, al igual que Aristóteles, era partidario de esta visión aristocrática de la excelencia, de este modo afirmó en Olímpica X: “afilando (como sobre una piedra de afilar) a alguie nacido para la excelencia, un hombre puede, con la ayuda divina, alcanzar una fama prodigiosa” (cit. en García, Morote y Pato 2015, 304).

Sin embargo, los valores que definen ese espíritu agonal fueron cambiando a lo largo de la historia de Grecia, de forma que serán los valores espirituales, como la perseverancia, la sensatez o la prudencia, los que prevalecerán sobre los valores otorgados por la jerarquía sanguínea. Posteriormente, el contacto entre el Cristianismo y el mundo griego potenció la templanza como una virtud excelente. Por esta capacidad de autocontrol el ser es capaz de dominar las pulsiones personales para someterse a las normas que regulan el mundo humano y divino. Todos estos valores irán conformando el espíritu del olimpismo y harán del deporte un ejercicio de superación personal cuyo fin es esencialmente pedagógico. Como señalan Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato, en su artículo acerca de los valores del olimpismo, es necesario “proyectar a la vida cotidiana los valores presentes del trance agonal” (García, Morote y Pato 2015, 306).

c) EL DEPORTE COMO ELEMENTO CIVILIZADOR

Ya en la antigua Grecia los Juegos contaban con un completo código reglamentario que garantizaban la realización de un juego justo y limpio. En ellos sobresalía la conducta humanitaria del vencedor, quien solía ser dignificado por los autores mostrando su sentido de compañerismo tanto con el amigo como con el adversario. Como precisan Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato:

“Las crónicas antiguas referentes a los concursos atléticos nos hablan de una regulación de la contienda agonal, de un intento por establecer la igualdad de condiciones entre los atletas, de un cierto control de la violencia hasta lo socialmente aceptable, de la aceptación pacífica a un reglamento, de una disposición voluntaria al comportamiento noble con el adversario” (García, Morote y Pato 2015, 305).

El hombre homérico solía obedecer las leyes acordadas para resolver los conflictos, como muestran las competiciones celebradas en honor al difunto Patroclo en el “Canto XXIII” de la Iliada. Con el fin de que se diera un trato igualitario entre los contrincantes, se recurrió a Aquiles y a Fénix. Ellos ejercían de árbitros supervisando el desarrollo de las pruebas. Además, es de destacar que se diera “un clima de aceptación y sometimiento pacífico al reglamento” (2015, 305), donde el empate entre Ulises y Ayante era aceptado de buen grado. En este contexto, el acatamiento de lo norma llegaba a tal extremo, que su violación se consideraba algo inmoral y podía castigarse con la muerte. En este hecho, la moral heroica, en la que las trampas y en engaño están aceptadas, difiere radicalmente de la moral agonal. Pero hay otro rasgo que diferencia al héroe del deportista y es el grado de preocupación por el adversario; mientras que el guerrero homérico se deja llevar por su individualismo, los participantes de los Juegos de Patroclo muestran un noble comportamiento en el respeto al adversario (2005, 306). En general, podemos decir que tanto antes como ahora se da una obediencia voluntaria a la normativa deportiva. De hecho en la Grecia clásica sobresale la conducta humanitaria del vencedor, quien suele ser dignificado por los autores mostrando su sentido de compañerismo tanto con el amigo como con el adversario.

Además de estos valores de compañerismo competitivo, los juegos deportivos antiguos contenían cierto aspecto educativo que desde el ámbito social se quiso aprovechar. Desde esta perspectiva cívica, hay que entender “las prácticas atléticas como [un] instrumento para el avance en el proceso civilizador de la sociedad griega” (cit. Jover en García, Morote y Pato 2015, 306). En efecto, desde sus orígenes, los encuentros agonales promovieron la paz entre naciones, porque constituían “la unidad nacional y espiritual de la nación griega” (García, Morote y Pato 2015, 303). Incluso hubo un acuerdo consensuado de cesar las guerras durante el periodo de celebración de los Juegos. Fruto de ese afán pacifista propiciado por los Juegos Panhelénicos, fue el establecimiento de la Tregua Sagrada o Ekejeiria. A pesar de que los Juegos fueran un motivo antibelicista, eso no quiere decir que este fuera su objetivo último. Más bien, como argumentan Salvador (2009) y Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato (2015) el periodo de paz establecido durante la celebración de los Juegos era un requisito necesario para que pudieran celebrarse. No obstante, la imagen idealizada de la Tregua Olímpica ha llegado hasta nosotros integrándose en el la cultura pacificadora universal. Como indican estos intérpretes:

“El control de los niveles de violencia, el sometimiento a unas reglas que igualan las oportunidades de los participantes, el sentimiento de unidad, el ambiente pacifista; ideas que no llegaron a consolidarse en el contexto real, pero que sí fueron imaginadas por los escritores” (García, Morote y Pato 2015, 307).

La llama olímpica, que representa la unión amistosa de todas las naciones, es un residuo simbólico del antiguo espíritu amistoso que se promovía mediante los Juegos en la Antigüedad clásica. A su vez, la imagen de la antorcha encendida remite al fuego sagrado perteneciente a los dioses de cualquier cultura. En lo que respecta a la mitología griega, Hesíodo en los Trabajos y los Días cuenta cómo Prometeo robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, con el fin de otorgarles una superioridad con respecto a los animales. Curiosamente, no fue hasta los Juegos de Berlín de 1936 cuando volvió a iluminar la antigua antorcha olímpica, en su traslado desde Olimpia hasta la ciudad anfitriona.

d) UTOPÍAS ANTIGUAS BASADAS EN EL IDEAL CÍVICO DEPORTIVO

Las competiciones atléticas pueden proyectar sociedades ideales. Autores como Platón o Aristóteles construyen utopías guiadas por la práctica deportiva como una condición que contribuye al buen funcionamiento no sólo del cuerpo, sino también del Estado.

Platón, por ejemplo, en el diálogo La República, cuya finalidad principal es la educación de la ciudadanía, concede a la gimnasia y a la música un papel fundamental en la educación de los niños: “Pues bien ¿cuál va a ser nuestra educación? ¿No será difícil inventar otra mejor que la que largos siglos nos han transmitido? La cual comprende, según creo, la gimnástica para el cuerpo y la música para el alma” (Platón, 2012, 154, 376e)

Para el filósofo, ambas disciplinas ha sido establecidas para el cuidado del alma (Platón, 2012, 216, 410b), A partir de los seis años, serán los maestros (paidagogoi) los encargados de cultivar el espíritu y el cuerpo de los jóvenes, siendo fundamental en esta tarea tener un cuerpo sano para poder desarrollar las cualidades intelectuales y las virtudes morales de la parte espiritual del hombre. Sólo de este modo se educan los buenos ciudadanos y se conduce adecuadamente un Estado. Asimismo, en el diálogo las Las Leyes, Platón expresa esta misma idea diciendo:

“En efecto, la ley le tiene permitido y le permitirá que para este cuidado [el encargado de los niños que se ocupa de la música y de la gimnasia] se sirva de la ayuda de los ciudadanos, hombres y mujeres, que quiera, porque conocerá a quiénes debe recurrir y no querrá equivocarse en ello, ya que tiene prudencia y pudor, conoce la importancia de su magistratura y está familiarizado con el razonamiento de que si los jóvenes se educaron y se educan bien, todo nos funciona correctamente […]” (Platón, 1999, 55, 813c-d).

Con respecto a la educación deportiva de las jóvenes, el filósofo se acerca a las prácticas espartanas. Las mujeres, al igual que los varones, deben tener profesores que les enseñen a arrojar jabalinas, tirar con la honda o arrojar flechas, “en caso de que estén de acuerdo” pero “sobre todo deben aprender a usar con destreza las armas lo mejor que puedan” (Platón 1999, 20, 794d).

Sin embargo, de acuerdo con el pasaje del libro III de la República, el filósofo previene sobre las consecuencias negativas de los excesos en la práctica deportiva porque en vez de hacer ciudadanos valientes, los hace brutales y duros:

“Los que practican exclusivamente la gimnástica se vuelven más feroces de lo que sería menester y, en cambio, los dedicados únicamente a la música se ablandan más de lo decoroso.

̶ En efecto –dije–; esta ferocidad puede ser resultado de una fogosidad innata, que bien educada llegará a convertirse en valentía, pero, si se la deja aumentar más de lo debido, terminará, como es natural, en brutalidad y dureza.” (Platón, 2012, 216-217, 410d)

Como indica García Romero en la conferencia titulada “Deporte y educación en la Grecia clásica” (2014), Platón como otros filósofos y médicos (Galeno o Hipócrates) se posicionaba en contra del deporte profesional porque rompía el equilibrio del justo medio, considerándose un exceso. En esta misma línea, Aristóteles manifiesta en el libro V (VIII) de la Política su rechazo a las prácticas deportivas desmesuradas:

“Han de considerarse envilecedores todos los trabajos, oficios y aprendizajes que incapacitan al cuerpo, el alma o la mente de los hombres libres para la práctica y las actividades de la virtud. Por eso llamamos viles todos los oficios que deforman el cuerpo.” (Aristóteles, 1983, 150, 1337b).

Sin embargo, el estagirita compartió con su maestro la idea de que el ejercicio físico debe realizarse con la medida justa puesto que de este modo contribuye a desarrollar las cualidades físicas, intelectuales y morales de los ciudadanos, fomentando su valor. Según Aristóteles, el legislador debe ocuparse de la educación de los jóvenes, ya que en las ciudades donde no ocurre esto, resulta un grave deterioro del régimen político. Desde este posicionamiento, la lectura, la escritura, la gimnasia, la música y el dibujo son disciplinas fundamentales para poder aprender muchas otras cosas:

“Puesto que es notorio que la educación debe hacerse mediante el hábito antes que por la razón, y que se ha de ocupar del cuerpo antes que de la mente, es claro que los niños deben ser confiados al maestro de gimnasia y al entrenador deportivo, que les harán adquirir cierta disposición física y cierta destreza en sus acciones, respectivamente.” (Aristóteles, 1983, 153, 1338b)

Por último y en la misma línea establecida por Platón en la República, Luciano de Samósata, en su obra Sobre la gimnasia hace una reflexión crítica sobre las actividades deportivas de su época y defiende el ejercicio gimnástico como una condición imprescindible para tener una ciudad bien gobernada, ya que, para el autor, la educación moral y la educación física están íntimamente unidas.

3. LA ÉTICA DEL DEPORTISTA

a) EL “AMOR A LA GLORIA”

La superación de uno mismo, el reconocimiento por parte de la sociedad y el anhelo de la fama eterna son rasgos definitorios de la ética del deportista que tienen vigencia desde la Antigüedad. Concretamente, esta máxima de intentar sobresalir por encima de todos queda recogida en la Iliada de Homero, a través del personaje de Glauco, quien afirma que su padre, Hipóloco, le recomendó que “descollara y sobresaliera siempre entre todos y no deshonrara el linaje de [sus] antepasados” (cit. en García, Morote y Pato 2015, 304). Esta es la máxima que condiciona el código ético del héroe homérico y por ella también se rige el deportista actual.

Además de sobresalir siempre entre los demás, otra de las máximas que rigen el pensamiento helénico es, como la enuncia Luciano de Samósata en el siglo II d. C. el “amor a la gloria” (cit. en García, Morote y Pato 2015, 304). Ese “estar dispuesto a realizar algo destacado”, según continúa la cita de Luciano, marca la vida del deportista, cuya concepción moral se basa en lo que Marrou llama “un ideal de la existencia, un tipo de ideal del hombre todavía por realizar” (cit. en García, Morote y Pato, 2015, 304). Es precisamente este ideal de depuración espiritual por el que se intenta alcanzar la perfección el que expresa mejor el espíritu helénico. En este sentido Marrou considera a este “ideal agonístico de la vida, uno de los aspectos más significativos del alma griega” (Íbidem). Sin duda, el anhelo por trascender y hacer historia en última instancia tiene que ver con la superación de la propia naturaleza mortal. Por estas razones, Young (1996) señala que: “las competiciones físicas… representan básicamente y en pequeño la lucha griega por elevarse por encima de la condición miserable, esencialmente efímera del hombre” (cit. en García, Morote y Pato, 304).

El atleta griego se esfuerza por vencer sus propias capacidad para obtener la excelencia al ser reconocido por sus hazañas deportivas. Por ello, Héroes como Teseo y Heracles se convierten en referentes míticos para él. Desde este punto de vista, se puede interpretar el espíritu agonal como un sentimiento que comparten los deportistas y los héroes por el que se elevan hacia la inmortalidad más allá de cualquier recompensa material (García, Morote y Pato 2015, 304).

Pero la necesidad de obtener reconocimiento social y fama a través de la competición en la Grecia Clásica no era una característica singular del mundo deportivo; también se aspiraba a la areté en el terreno de la filosofía, las hazañas bélicas o las artes. Desde esta perspectiva, como afirman Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato, parece que “todo está presidido por el espíritu de competición y el ideal agonal” (García, Morote y Pato 2015, 304). Y puede que fuera precisamente el agón, como apunta Cabrera (2005), “el principal estímulo de la creación intelectual y artística de la cultura griega” (García, Morote y Pato 2015, 304). Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato consideran que tuvo que ser necesariamente “ese afán por competir, por demostrar la areté ante la concurrencia [lo que] motivó la proliferación de competiciones atléticas, ya sea para honrar a una divinidad o a un héroe” (García, Morote y Pato 2015, 304).

De este modo, el instinto agonal se abrió paso por todos los terrenos de la existencia; el virtuoso era aquel que aspiraba a obtener la victoria en el campo filosófico, atlético, poético o artístico… con el fin de demostrar su excelencia y adquirir notoriedad con su actuación. No obstante, como hemos comentado anteriormente, se advierte un desplazamiento semántico en los valores asociados al agonismo. Si bien, en un principio esos valores iban incorporados en el linaje de la sangre, más tarde, se convirtieron en cualidades espirituales, que poseían aquellos que actuaban en función de méritos propios gracias a su esfuerzo, dedicación y excelencia. Es la perseverancia y la confianza en uno mismo, además de la excelencia, lo que acaba definiendo la virtud del comportamiento agonal.

b) EL OLIMPISMO Y SUS VALORES ESENCIALES: EXCELENCIA, AMISTAD Y RESPETO

En la actualidad, todos los valores y cualidades espirituales comentados en el apartado anterior adquieren todo su significado con el concepto de Olimpismo. Fue el reformador de la educación Pierre de Coubertin quien dotó al movimiento olímpico de una serie de valores educativos cuyo sentido último se hallaba en la antigua Grecia, porque allí, en la Hélade, el ejercicio físico era considerado una herramienta imprescindible para la educación integral de los ciudadanos de un Estado. El pedagogo quiso cerrar, de este modo, la brecha abierta entre educación y deporte en el siglo XIX y principios del XX, estableciendo que el deporte “no solo es el medio más cómodo, rápido y eficaz para la formación del individuo sino también el vehículo más directo de comunicación, comprensión y pacificación de los pueblos”.

Así pues, el Comité Olímpico Internacional, creado por este pensador en 1894, establece que el deporte fomenta el desarrollo de las cualidades físicas y morales de las personas y ayuda a estrechar los lazos amistosos y pacíficos entre los distintos países de la tierra. Rosella Frasca en su ponencia La Grecia antigua según Coubertin: entre realidad y representación, analiza el concepto filosófico de Olimpismo, describiéndolo como un estado de ánimo y un sentimiento religioso; como una actitud del espíritu que se manifiesta de forma simbólica e incluso religiosa dados sus antiguos orígenes. Pero, ante todo, se revela como una herramienta pedagógica fundamental que dignifica al ser humano. Según esta intérprete, hay que insistir en el sentimiento religioso (espiritual), que aúna las antiguas y modernas olimpiadas. Y aunque es muy difícil establecer una relación de directa continuidad entre los antiguos y modernos juegos olímpicos, sin duda, como esgrime Tavares (2006), en el carácter ritual de los juegos actuales hay una evocación a los juegos antiguos.

Dado que el actual código ético de conducta que rige al deportista moderno comenzó a gestarse en la Grecia Clásica (García, Morote y Pato 2015, 301) es necesario analizar los tres valores esenciales que han sido reconocidos por el Comité Olímpico Internacional (COI) por su importancia y trayectoria histórica, a saber: la excelencia, la amistad y el respeto.

La amistad es entendida en el deporte como una herramienta del entendimiento y la defensa de los vínculos entre las personas y los pueblos más allá de las diferencias étnicas, religiosas o políticas. Esta idea está simbolizada por la llama olímpica, que es encendida con cada edición de los Juegos Olímpicos (García, Morote y Pato 2015, 297).

El respeto es sinónimo de juego limpio y supone no solo el respeto a uno mismo y a los demás competidores, sino también al reglamento de la modalidad deportiva en la que se participa y al medio ambiente. Es el “imperativo moral” que debe implicar a todos los participantes y viene representado por la bandera olímpica (2015, 298). Por esta razón, en la Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte (1978), la educación física y el deporte son considerados como “una herramienta eficaz para el entendimiento de los pueblos, la promoción de la solidaridad y el respeto a la integridad del ser humano (García, Morote y Pato 2015, 298).

La excelencia, que significa dar lo mejor de ti mismo, es un valor fuertemente vinculado al Olimpismo y, por ende, a la experiencia vital humana. El ser humano busca llegar a la excelencia (kalokathia) tanto espiritual como físicamente y para ello necesita practicar las virtudes que llevan al equilibrio y, en última instancia, a la felicidad.

En definitiva, los valores del olimpismo, que todo atleta debe asumir, contribuyen a la construcción de un mundo más pacífico y son, en palabras de Loland, según recogen Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato (2015), una expresión “secular y vitalista” del humanismo occidental.

4. LA PLASMACIÓN ARTÍSTICA DEL DEPORTISTA OLÍMPICO

Como se afirma en El arte de las civilizaciones, todas las huellas que las civilizaciones han ido dejando a lo largo del tiempo muestras de la importancia del cuerpo humano. Su imagen ha sido objeto de las más diversas manifestaciones artísticas y religiosas y ha supuesto, en gran medida, un símbolo de la autoafirmación de la idiosincrasia de un pueblo. Recordemos las esculturas griegas llamadas Kouros o Apolon, que decoraban los templos del período arcaico y que se caracterizaban por la posición frontal, la simetría, la estilización geométrica de la figura y la imperturbabilidad en la expresión. Todos estos rasgos que expresaban la idea de kalokathia, representaban la divinidad o la heroicidad y, en todo caso, la excepcionalidad humana. Las estatuas dedicadas a los atletas vencedores en las competiciones gímnicas eran muy parecidas a estas esculturas y ambas reproducían el ideal estético-ético de la aristocracia griega. En consecuencia, el cuerpo deportivo se convirtió en el reflejo de valores excelentes que expresaban tanto cualidades físicas como espirituales, por lo que la belleza de un cuerpo podía hacer más cívico al hombre. El resultado de esta idea fue la glorificación del desnudo, una invención original del arte griego del siglo V a. C., que supuso el sincretismo de los valores estéticos y civilizatorios a partir de la idea de armonía corporal. Pero, ¿qué tipo de figura humana se glorificó?

Teresa González Aja dio una conferencia sobre el atleta olímpico en el Congreso Internacional de Historia del Olimpismo en el 2015. Llamó a su ponencia “Un ideal masculino: el atleta olímpico” y en ella trató desde un punto de vista estético los rasgos que definen la belleza del Olimpismo.

Comienza su conferencia presentando al ser humano ideal según ha sido imaginado por cada sociedad desde tiempos inmemoriales: este es un varón muy grande, con grandes espaldas, caderas estrechas, cráneo pequeño; pies combados, manos provistas de largos dedos; con un rostro que tiene un mentó vigoroso y unos ojos grandes y separados, la frente despejada y la cabeza menos voluminosa que de costumbre. Estos rasgos conforman un estereotipo de la virilidad cuyas virtudes se han convertido en una constante a lo largo de la historia y se han identificado con la fuerza de voluntad, el honor y el coraje.

Ahora bien, se pregunta la ponente, ¿en qué momento el cuerpo deportivo empezó a ser reflejo de una serie de valores como en el caso de los atletas? Desde su punto de vista, el Olimpismo es el reflejo del ideal masculino heroico depositario de las virtudes descritas anteriormente. Este estereotipo ha dejado su rastro en todas las ideologías modernas y está presente en la cultura de la imagen que ha triunfado en el mundo contemporáneo. El peligro que entraña el deseo de materializar ese ideal utópico ha sido la manipulación de las masas con fines políticos perversos.

5. CUANDO LA ESTÉTICA DEL CUERPO SE LIGA A LA POLÍTICA

Como hemos señalado en el punto anterior, el deporte y el arte no parecen tener únicamente valor en sí mismos, sino que muchas veces están sujetos a una serie de valores que tienen que ver más con el ámbito político-social que estético. Como afirma Otman Weiss, según recogen Jorguera García, Molina Morote y Sánchez Pato, se podría decir que: “el deporte es el escaparate donde más claramente se representan los valores imperantes en una sociedad y, por tanto, ofrece una oportunidad única para el reconocimiento y esfuerzo de la identidad individual y colectiva” (García, Morote y Pato 2015, 298).

En la antigua Grecia, los juegos eran eventos sociales que cumplían una función de reconciliación entre distintas civilizaciones que jugaban amistosamente disputándose el triunfo y la fama, no sólo del atleta en cuestión, sino de su ciudad de origen. Sin embargo, en la época contemporánea ha habido un uso ilícito del espíritu agonal griego.  A partir de la primera guerra mundial, la imagen deportiva del cuerpo masculino se ha convertido en un modo de hacer publicidad propagandística, cuyo resultado provoca un efecto de llamada para la participación en las campañas militares (sólo hay que contemplar las muestras artísticas del realismo soviético).  Además, en la propaganda asociada a los regímenes autoritarios, la imagen deportiva delineada por una determinada estética se utiliza para legitimar la violencia hacia cualquier grupo humano. De este modo, se construye una supra-identidad que asocia el cuerpo con el alma, consiguiendo un prototipo de belleza que es un producto de la mezcla entre el espíritu griego y la estética del buen salvaje roussoniano. La consecuencia de todo este proceso es la gestación de un sentimiento mesiánico de la patria a partir de la militarización del prototipo de masculinidad estético-deportivo descrito.

En este sentido, se puede decir que los movimientos totalitarios crean estereotipos humanos. En la Alemania nazi, por ejemplo, el pangermanismo quedó simbolizado  a través de la belleza armónica del conjunto humano ordenado, transformando el ideal de depuración espiritual, corporal y mental helénico en xenofobia y muerte. Para las juventudes hitlerianas, el deporte se convirtió en una fuente de modelación del alemán puro. Con este fin, el régimen hitleriano invirtió en la formación de atletas, cuya exitosa participación en los Juegos Olímpicos de 1936, supuso la puesta en escena del nazismo a nivel internacional.

Leni Riefenstahl dirigió en 1934 la película El triunfo de la voluntad (título original en alemán: Triumph des willens). La técnica de montaje empleada magistralmente crea un himno a la belleza del cuerpo humano y a la fuerza física a través del cual se ensalza al superhombre nazi como un símbolo de la nación y de la esperanza en el futuro. La directora fue capaz de recrear con la fuerza de las imágenes, la idea de una virilidad pura sosteniendo un Estado fundido con la nación como fundamento del nazismo.

CONCLUSIONES

Hay sin lugar a dudas en el deportista olímpico una renuncia a lo que significa el espíritu de la democracia. El deportista se emancipa del animal político cuando proyecta todas sus energías en llegar a una meta individual, única e inigualable. Personalmente, entiendo el deporte como un ejercicio de depuración tanto física como espiritual. Hay que estar al cien por cien en lo que se hace y dedicarle toda una vida a ello. Es entonces cuando el gusto por el deporte se convierte en la pasión de una vida. Una vida apasionada es la búsqueda del deportista, quien canaliza todas sus energías en vivir por y para el deporte.

Como decimos, en esa praxis de depuración hay una renuncia a llevar a una vida normal, cotidiana, política. En su lugar, hay un sacrificio voluntario de esa vida entregada plenamente a los ideales deportivos. El atleta es capaz de hacer cosas extraordinarias, las cuales parecen superar los límites de la naturaleza humana; sin embargo, esa superación del límite natural que nos define es voluntariamente buscada mediante un esfuerzo continuado e imparable.

El deporte permite una conexión plena mente/cuerpo, la cual tiene efectos muy positivos porque nos permite tomar contacto con nuestra completa naturaleza humana. Los beneficios de practicar deportes no sólo son químicos: segregación de endorfinas, mayor oxigenación de la sangre etc., sino que además es beneficioso para el estado anímico. Ya los antiguos griegos fueron conscientes de lo bien que sentaba la práctica deportiva.  Por ejemplo, el médico griego Hipócrates hizo ver hace más de dos milenios, la importancia de la misma para la formación corporal, moral y estética del hombre.

Pese a que el deporte es considerado por los griegos como algo imprescindible y esencial, su abuso estaba muy mal visto. Conocida es por todos la aspiración aristotélica por el justo punto medio como depositario de la virtud. Para Aristóteles en particular y para la conciencia moral de la época en general, el virtuoso es aquel que mantiene sus pasiones a raya en perfecto equilibrio sin dejarse llevar por los extremos. Por lo que siendo el atleta aquella persona que entrega su vida a un único fin deportivo, nunca podría ser considerado como virtuoso por la moral de la época. Hay múltiples testimonios de la época que justifican esta visión. Hemos mencionado los de Platón y Aristóteles, pero recordemos que Galeno e Hipócrates nos previnieron sobre las alteraciones cardiacas que conlleva el exceso de ejercicio físico.

Según este planteamiento, la práctica abusiva de un deporte sin el cultivo de ningún ejercicio intelectual provoca –según los antiguos griegos– malformaciones que rompen con un ideal de belleza armónico. En el deportista, como en el guerrero, se dejan ver las heridas de guerra: los músculos hinchados, las extremidades prolongadas, las arrugas provocadas por estar bajo el sol, las caídas que siempre dejan alguna que otra marca indeleble. Como venimos comentando, el deportista de élite no es el prototipo de belleza esperado para el griego clásico, antes bien, ese cuerpo de musculatura proteica es visto como deforme, extraño y en ocasiones incluso enfermo.

Desde esta perspectiva se da un contraste muy curioso entre la armonía física como un principio virtuoso y la ruptura de esa armonía mediante la superación “monstruosa” de los límites de lo humano. Quizá el atleta no era bien considerado por los antiguos sabios porque su naturaleza única, capaz de vencer bajo toda circunstancia haciendo frente a cualquier adversidad, sobrepasaba los esquemas mentales que en la época se podrían tener. El deportista era inclasificable de ahí que se considerara monstruoso y genial.

De alguna manera, Aristóteles supo ver la genialidad del artista que muchos consideran un simple loco; sin embargo, no pudo ver la genialidad del deportista que es como una especia de artista del cuerpo. El buscado principio de armonía aristotélico también se encuentra en el deportista cuando practica su exclusivo deporte. Se necesita una concentración plena en lo que se hace, una fusión mente/ cuerpo absoluta para no errar. Cualquier práctica deportiva se basa en encontrar el equilibrio perfecto entre lo que se hace y cómo se hace. Por ejemplo, si el lanzador de jabalina la lanzaba antes o después del tiempo estimado, perdía. En el deporte hay que hallar el punto justo de la actuación para que ésta sea precisa y óptima. Y para encontrar ese perfecto momento se necesita un equilibrio físico-psíquico inquebrantable unido a una intuición certera que nos dice cuándo hay que actuar, la cual se convierte rápidamente en un movimiento mecánico de actuación con el que se roza la perfección. Eso es el deportista.

Para terminar, puedo decir que la llama de la antorcha olímpica se reaviva en el esfuerzo y empeño que el atleta pone por ganar la competición. En este sentido, hacer deporte a nivel profesional significa revivir el antiguo espíritu agonal al modo de una reminiscencia platónica.

CODA. FORMULACIÓN DE MI PROPIA EXPERIENCIA COMO DEPORTISTA DE ÉLITE

He elegido este tema, el de cómo afecta la competición deportiva al sujeto, porque yo misma he sido deportista de élite. Sé de la presión a la que se está sometido, del duro sacrificio y de todo el tiempo invertido para una breve actuación que, en mi caso, no superaba los tres minutos. (Yo montaba a caballo y he llegado a ser campeona de Andalucía y de España en la equitación. Me he dedicado tanto al salto como al completo, aunque creo que lo que más me gusta es la doma, y más cuando esta es natural). A pesar de la corta actuación que, como digo, no llegaba nunca a los cinco minutos, son instantes de gloria los vividos en esos momentos. Uno se siente completamente poderoso en plena sintonía con su cuerpo y con la prolongación de éste en el del caballo. Entonces ocurre una impactante fusión: caballo y jinete pasan a ser uno que se mueven rítmicamente para llegar a una común armonía. Una vez situada en la pista para vivir un minuto de gloria, en mi mente, visualizo intuitivamente el recorrido que debo realizar. Sé que para recortar, esto es hacer un pequeño giro tras un salto que me permita ganar tiempo y acortar la distancia recorrida, he de tambalear y volcar levemente mi cuerpo hacia el lado en el que pretendo girar y acercar mi espuela a la barriga del caballo para presionar levemente para transmitirle que quiero girar. A su vez, he de mover levemente la muñeca hacia el lado que giro; es este un movimiento sutil y certero que permite un perfecto movimiento en el que se produce un cambio de mano en el galope.

Creo que uno de los momentos más intensos de practicar equitación es cuando una se dirige hacia el salto. El momento del salto es crucial, porque hay una serie de trancos, que deben ser contados inconscientemente para que el caballo pueda saltar el obstáculo desde una distancia media, ni muy lejana ni muy cercana. Ese gran salto es muestra ineludible de la gran potencialidad del animal y de la valentía del jinete que se arroja al abismo del obstáculo sin calcular sus límites. Si en su lugar, el caballo se acerca demasiado al salto, no pasa nada siempre y cuando con una habilidad virtuosa, lo supere mediante un pequeño desliz en el que las patas del animal se recogen más de lo habitual para no tirar el palo.

Es la equitación un arte estupendo que te permite, como todo deporte, conectar contigo mismo de una forma especial. Establecer contacto con el yo más salvaje, aquel que tira por tierra todas las limitaciones lógicas y se entrega a la adversidad del puro goce deportivo, el puro arte por el arte de la adrenalina eso es el deporte.

En los momentos de ejecución del deporte, es cuando puedo decir: “yo he estado allí.” Y he sentido ante mis ojos incrédulos, el renacer heroico de una civilización inmarcesible: ¡el espíritu olímpico todavía no ha muerto!

 

BIBLIOGRAFÍA

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(Las imágenes se deben a los lápices de Milo Manara y Pierenzo Boninsegna)

 

(Versión PDF): Encarnación Bosch Almécija. El tratamiento del espíritu agonal antiguo desde una perspectiva estética

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