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La literatura y el vacío

“Un libro no es importante por las cosas que remueva, sino cuando el lenguaje, a su alrededor, se desarregla, habilitando un vacío que se convierte en su lugar de residencia”
Michel Foucault, El Mallarmé de J.-P. Richard.

Muchos han sido los intentos a lo largo de la historia para definir el concepto de literatura. Todas estas concepciones sobre cuál es la esencia de la literatura han demostrado ser tan distintas como incompatibles. Esto es así, en gran parte, porque todas ellas nacieron de la Teoría de la Literatura, es decir, el cuestionamiento de las presunciones y los supuestos en las que las basamos (Culler, 1997: 28), y que poco tiene que ver con la literatura en sí y su naturaleza.

Para Jonathan Culler (1997), la literatura es “un acto de habla o un suceso textual que suscita una atención especial” (p. 37). Esta dimensión textual de la literatura se complementa con la contextual, es decir, la dimensión del texto catwomancomo documento histórico, un contexto del cual depende que se le considere literatura o no. Culturalmente hablando, la literatura empieza y termina donde una sociedad determinada pone sus límites. Esta es, por tanto, una convención; literatura es siempre lo que ya está escrito. Ahora bien, resulta imposible pretender destruir la tradición   literaria para poder crear literatura nueva. Es imposible en términos prácticos, y en el caso de que no lo fuese, no se sabe hasta qué punto sería recomendable. Virginia Woolf (1924), reflexionando sobre qué es una buena novela, afirmó que solo a partir de la comparación (emocional) entre lo tradicional con lo nuevo se puede lograr tener un criterio propio. Al fin y al cabo, la literatura es una forma de socialización, entendiendo ésta como la comunicación que se establece entre el sujeto receptor de la literatura con otras realidades diferentes o desconocidas para él hasta ahora. Es por ello que Foucault sitúa la literatura dentro de sus prácticas discursivas. El lenguaje como instrumento de poder, el lenguaje como mediador –u opresor- directo, entre el sujeto y el conjunto de la sociedad.

Y es que, si se pudiera definir por eliminación, se podría decir que la literatura, al contrario de la filosofía y la historia, no utiliza el lenguaje únicamente como instrumento para llegar a otras cuestiones, sino que parece, además de vehículo, también la propia finalidad de la disciplina. Foucault se refiere a la literatura como “este lenguaje que no dice nada” (Foucault 1966, p.298), lo cual es un magnífico ejemplo para poder entender el verdadero papel del lenguaje en la literatura. Precisamente es el lenguaje, (la palabra, en su sentido más retórico), hermético pero infinito, temido y a la vez abusado, propiedad exclusiva del ser humano, el centro y el porqué de la literatura. Aunque esta afirmación no resuelve nada, no deja de desvelar un “interés por las palabras, cómo se relacionen entre sí, qué implican, y especialmente […] por saber cómo se relacionan lo dicho y la manera en que se dice” (Culler, 1997: 35) Entonces, en la frase de Foucault “este lenguaje que no dice nada” podemos observar que la contradicción es la técnica –si se le puede llamar así- ejercida por ese uso particular del lenguaje. No tiene una forma poética, ni elegante, ni sus palabras parecen haber sido tratadas de una manera especial. Y qué decir del contenido, por el cual se niega lo que está escrito o expresado en él: parece como si no hubiera comunicación, o más bien, como si alguno de los máximos de cooperación de Grice (1975) hubiese sido infringido libre y conscientemente, por lo que hay intención, y ésta tiene que manifestarse a través del lenguaje. A pesar de esta neblina de información, el nexo común, el lenguaje en sí, sigue permaneciendo en el centro de todas las cuestiones, casi todas aún por resolver.

La literatura tampoco se puede considerar, como algunos teóricos han postulado (p. e. Jakobson, 1960) necesariamente ‘jugar con el lenguaje’: la poeticidad, es decir, el lenguaje que resuena por sí solo resulta ser uno de los muchos ‘usos del lenguaje’, no el único, y tampoco es necesario. Si lo fuese, todo el sentido de la literatura podría catwomanpartir de esa esencia, lo cual ha sido ya desestimado (Eagleton, 2013: 39). Sí es cierto, en cambio, que sus cinco consideraciones sobre la naturaleza de la literatura tienen una cosa en común: el uso del lenguaje. Incluso cuando, en una de esas consideraciones, Culler (1997) examina el valor intertextual o autoreflexivo de la literatura, intentándola tratar como unidad más o menos fija que se relaciona en el plano más básico, indivisible, termina por concluir que estos valores de la literatura “no son un rasgo distintivo, sino el llevar a primer plano ciertos aspectos del uso del lenguaje” (p.48). Está claro que no podemos abstraer el lenguaje, ni por un solo momento, y quedarnos con lo que pueda quedar. Todo lo que quede parece tener una relación dependiente hacia él. Culler también señala cierta analogía, de gran importancia aquí, entre la naturaleza de la literatura y las malas hierbas. Explica, pues, que en ambas ocurre que no hay propiedades en común exclusivas que las distingan del resto. Que se les considere malas hierbas (o literatura) depende solo del interés del sujeto que trata con ellas.

De igual manera funciona en la actualidad la concepción de literatura; cada sociedad determina qué es literatura y qué no lo es. Esta decisión no es en absoluto arbitraria, sino todo lo contrario. Las relaciones de poder nacen específicamente de los discursos (que no es lo mismo que literatura, pero muchas veces son identificados como iguales) y se retroalimentan a través de ellos. Y como instrumento de poder, estará inevitablemente controlado por alguien. Foucault alude a la pregunta nietzscheana de ¿quién habla?, y responde: “Pues aquí, en aquel que tiene el discurso y, más profundamente, detenta la palabra, se reúne todo el lenguaje.” (Foucault 1966, p.297) Es por ello que, aunque la definición de literatura siga en el aire, podamos argumentar, gracias a Foucault, que el lenguaje es poder. Nace y habita en él. Al final del día, todo ser humano tiene ese poder, pero para poder conservarlo es necesario entender que “estamos sometidos a la producción de la verdad DEL PODER (mis mayúsculas) y no podemos ejercer el poder sino a través de la producción de la verdad” (Foucault, 1976: 28). La trasgresión consciente y activa de la tradición y/o literatura se convierte así en esencial para poder salvarla. Un intento arriesgado pero necesario para garantizar su supervivencia (moral, no física). Si la literatura fuera una cueva y fuese tu casa, ¿qué harías si estuviese plagada de insectos (conceptos, prejuicios, presuposiciones) y no pudieses estar allí? Es muy probable que prenderle fuego y quemarla por completo sea el paso que hay que dar. Quemar concepciones y presupuestos que solo legitiman el poder y las verdades únicas, como que las cuevas siempre están llenas de insectos.

Cristina Morales, escritora española, expresó en una entrevista en relación a la estructura de poder que “las armas de la escritora en el ejercicio de su oficio deben referirse, creo yo, al modo en que se enfrenta al hecho literario” El vacío nunca es vacío, y en la literatura no es una excepción, consecuente e inevitablemente porque existen los roles de poder y la sociedad en general. Pero vale la pena, por el bien de la literatura y por su valor incalculable, ver posible que ‘enfrentarse al hecho literario’ puede ser buen punto de partida para luchar por ese vacío, para que lo llenemos nosotros con nuestro lenguaje.

Bibliografía

  • CULLER, Jonathan D. (1997). Breve introducción a la teoría literaria, Barcelona, Crítica.
  • FOUCAULT, Michel (1964). Le Mallarmé de J.-P. Richard en Annales. Économies, sociétés, civilisations, (5) septembre-octobre 1964, (pp. 996-1004.)
  • FOUCAULT, Michel (1966). Las palabras y las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas. 1968, Siglo XXI Editores, S.A. de C.V.
  • FOUCAULT, Michel (1976) Genealogía del racismo. Ed. Caronte. Traducción de Alfredo Tzveibel.
  • JAKOBSON, Roman (1960). “Closing Statement: Linguistics and Poetics” en T.A Sebeok, Cambridge Style in Language (pp.350-77) Editado por MA: MIT Press.
  • MORALES, Cristina. https://elcultural.com/cristina-morales-el-disgusto-es-el-motor-principal-de-mi-escritura
  • WOOLF, Virginia (1924). ¿Qué es una buena novela? en Leer o no leer y otros escritos (pp.163-4) Ed. De María del Carmen Espínola Rosillo. Abada Editores.

(Las imágenes de la entrada pertenecen al arte de Ethan Van Sciver)

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