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Stranger Things: It’s a men’world

It’s a men’s world. Esta frase, tan simple, tan corta, tan aparentemente vaga, resume perfectamente el funcionamiento de la escritura de ficción. La vivencia femenina en estos (muchos) mundos (masculinos) de ficción queda inserta en los espacios vacíos que dejan las vivencias masculinas. La experiencia femenina queda relegada a ocupar los resquicios que dejan los personajes masculinos, con sus vidas masculinas, sus preocupaciones masculinas y su ajetreada tarea de seguir trabajando por y para este mundo de hombres. Hay mujeres de ficción que son puros recursos de escritura, puro truco, puro andamiaje narrativo. Hay mujeres de ficción cuya existencia se puede explicar exclusivamente en base a la necesidad que tienen los escritores de crear un personaje que sirva de contrapunto al aventurero protagonista masculino, personajes que son puro pretexto para crear un alivio de tipo romántico a la historia, excusas para poder ver según qué aspectos de los personajes masculinos que no habíamos visto… En definitiva: la importancia de la experiencia femenina queda definida por el hombre, viene dada por él, depende de él, tiene una relevancia subrogada, o aún peor: una existencia subrogada. La existencia subrogada de la mujer en la vida y en la cultura es un tópico en la escritura: Galatea, Penélope, Helena de Troya, La Maga o la misma Nancy; criaturas irreales que vagan por la ficción enajenadas, ineluctablemente perdidas en la creación ajena, condenadas a errar por tales páramos durante la eternidad, como chatarra espacial orbitando en torno a la nada. Una existencia subrogada, iba diciendo, al deseo masculino. En Stranger Things no es diferente o no es del todo diferente. Si bien los personajes femeninos representados toman la acción y no son personajes pasivos, siempre se construyen en relación/oposición a personajes masculinos. Las chicas en Stranger Things cumplen el siguiente estereotipo: son especiales por ser diferentes y son objeto de deseo por eso mismo.

                                

Como vemos en estos fotogramas ellas se construyen bajo la voz y el deseo masculino; un estereotipo preconfigurado de cómo debe ser una chica (para gustar a un chico, para ser escuchada por un chico, para ser aceptada por un chico), dejando- otra vez – fuera del relato el amplio espectro de la vivencia femenina. A este respecto – decía Virginia Woolf – que “se han dejado tantas cosas de lado, tantas cosas sin intentar. Y traté de recordar entre todas mis lecturas (valga también para el cine) algún caso en el que dos mujeres hubieran sido presentadas como amigas. (…) De vez en cuando como madres e hijas. Pero casi sin excepción se describe a la mujer desde el punto de vista de su relación con hombres. (…) Y ésta es una parte tan pequeña en la vida de una mujer”.

Siguiendo con este hilo, un aspecto muy llamativo de esta serie es que sólo conceden un personaje femenino para cada grupo generacional. Veamos: Nancy, la adolescente, aparece siempre entre dos hombres: Jonathan y Steve, configurados como los dos contrapuntos que ella necesita para realizarse: sentimiento y fuerza. Al igual ocurre con Joyce quien también queda en la segunda temporada supeditada a las ayudas de Bob o de Jim: ella tiene la energía, la capacidad bruta, pero necesita a alguien (un hombre, por supuesto) que canalice esa fuerza bruta, de madre coraje. Ocurre lo mismo con Max entre Dustin y Lucas. En realidad, casi ninguno de los personajes femeninos de esta serie escapa de esta dualidad entre dos hombres que o la ayudan o la definen, en definitiva: que explican su existencia.

Para más inri pareciera que en esta Segunda Temporada, con la introducción de una nueva chica a la pandilla, la ya mencionada Max, lejos de remediar esa escasa aparición de chicas, se empeñan además en enfrentarlas. Max y Eleven escenifican una suerte de pelea por celos hacia Mike, obligadas a competir entre ellas, incluso cuando a Max no le interesa Mike en absoluto, incluso cuando Max no tiene nada en contra de Eleven, incluso cuando no han hablado entre ellas en ningún momento. Por supuesto, esto no es algo que hayan inventado los hermanos Duffer- creadores de la serie-, las mujeres estamos hartas de ser representadas como meras enemigas, envidiosas, competidoras, siempre al acecho, con la garra, atacando a la “guarra” que venga “a quitarnos el novio”. Lo que parecen olvidar estos creadores es que las mujeres nos cuidamos bien y nos queremos mejor. Abrazar el feminismo es decirnos también que la amistad es arma y poder en esta lucha que es de todxs.

Y es quizás en este último aspecto en el que la serie pierde, olvida, la potencia que tiene la ficción para construir nuevos modelos de representación; potencialidades que, normalmente, se suelen desaprovechar. Y muchxs aquí podríais decirme: – “Pero chica, no has entendido nada, Stranger Things se sustenta en la nostalgia, en el homenaje y el guiño a toda una serie de referencias ochenteras; lo que tú llamas estereotipos de género funcionan aquí como guiños al espectador”. A lo que yo respondería que sí pero no. En fotogramas como el que se muestra a continuación, sí hay un imaginario común de parodia, una referencia clara:

                                

Pero en el resto de aspectos comentados anteriormente no, y aquí hay una clave: no es que a la ficción se le exija una corrección política a veces imposible si se quieren mostrar según qué cosas desde un punto de vista de denuncia sobre cómo funciona la sociedad, tampoco es que a la ficción se le exija mostrar el ideal que queremos como sociedad, es que consideramos que, en muchas ocasiones en las que esa “corrección” (que no es corrección, sino voluntad de cambio) en absoluto estorbaría a la historia ni a su filosofía ni a su estética, y aun así se desaprovechan las oportunidades de hacerlo.

En este sentido, el test de Ellen Willis propone un simple pero certero análisis de las obras de ficción: ¿Qué pasaría si invirtiéramos el género de los personajes? ¿Seguiría teniendo sentido la obra? Y es aquí donde nos damos cuenta de que sería casi irrisorio para muchos imaginarse a un chico “Eleven” exotizado por un grupo de cuatro chicas en bicicleta, con comentarios que en cambio sí acostumbramos a verlos para con los personajes femeninos: “es única”, “es especial”, “es diferente y distinta a las demás…” Igual pasaría en el caso de que el papel de Joyce estuviese ocupado por un hombre.

Vemos cómo al final parece que en estas ficciones estereotipadas hace falta que un hombre de su permiso para que un personaje femenino se gane el derecho a estar ahí, a existir. ¿Para qué nos sirve este personaje si no está enamorada de ningún hombre, ni es hija de ningún hombre, ni nos viene dada a través del deseo de ningún hombre?

La solución a esta problemática pasa por analizar críticamente cuál es el rol de las mujeres en la ficción, normalmente centrado en el binarismo buena/mala: mujer florero, mujer que pulula alrededor del héroe, mujer destructora de todo o, si por el contrario, reeducamos nuestra mirada, apostamos por otros nuevos discursos que rompan con la representación hegemónica, bajo una reconfiguración y una rearticulación de los conceptos de feminidad y masculinidad. Invirtamos en cine, en películas realizadas por directoras, en papeles que dejen de utilizarnos como musas, seamos heroínas o en fin, seamos lo que queramos, pero que no nos utilicen.

¿Y ya está? ¿Tenemos los hombres que considerar que esto es suficiente y nosotros podemos seguir escribiendo las mismas cosas llenas de testosterona, debemos seguir escribiendo nuestras historias de hombres en mundos de hombres, sin aprender nada, sin rectificar en nada, sin admitir que se han hecho cosas mal? Se han hecho cosas mal: la forma que tiene el hombre de desear es autoritaria, apabullante, arrasadora como un incendio. Al deseo masculino nada se opone, el deseo masculino todo lo puede. El deseo masculino funciona por derecho propio, como algo que está ahí necesariamente, algo a lo que oponerse tiene el mismo sentido que oponerse a un tsunami, un fenómeno tan abrumador que el solo hecho de cuestionarlo te puede matar. Y la ficción tiene la capacidad de erradicar esto o de reproducirlo una y otra vez de forma irreflexiva. Otros modelos de masculinidad son necesarios, sí, eso está claro. Pero esos modelos no sirven de nada si siguen deseando de la misma forma, con esa potencia de resolución que tiene la posibilidad y el derecho de destrozar cualquier dique de contención. No todo en esta vida va de satisfacer nuestros deseos; también va de poder protegernos de los deseos de los demás. Porque los deseos a veces son perversos, o simplemente injustos, amigxs míxs. En Stranger Things, muchas veces, por suerte, estos deseos se frustran, se contienen, se regulan (moderadamente, en cualquier caso). Pero en la mayoría de las novelas, en las películas, en las series, tenemos demasiados ejemplos (paradigmas, más bien) de protagonistas hombres que lo pueden todo, que lo consiguen todo, hombres cuya misión es que nada escape a su deseo. Y el hombre con deseos realizables, deseos que no implican el ninguneo o el pisoteo de lxs demás, es, digámoslo sin remilgos, una mierda de hombre. Los niños de Stranger Things se desvinculan de su condición de nerds, de ineptos sociales, de mierdas de hombres, a medida que van adquiriendo alguna capacidad para someter, a medida que se van adaptando a ese mundo de hombres con deseos imposibles de sofocar; y se adaptan con una facilidad pasmosa, porque eso de alguna manera deviene en respeto por parte de los otros. Estamos construyendo formas nocivas de desear (entiéndase “desear” literalmente y en todos sus sentidos) a la hora de hacer ficción, formas nocivas que en algunos casos son preferibles a las de antes (sobre todo cuando hablamos de excepciones deliciosas, que las hay) y en otros casos se ven agravadas o influidas por la velocidad y volumen terroríficos con que ahora se produce y se consume, no solo cultura sino a nosotrxs mismxs. Y hay, a grandes rasgos, dos alternativas: reproducirlas o erradicarlas. Hemos de reflexionar sobre cómo la ficción no es solo un divertimento cuyo impacto sobre nuestra forma de vivir, de ser, de construir cultura y sociedad, es nulo. La ficción construye muchos mundos, pero todos esos mundos acaban confluyendo, como un embudo, en uno solo: el nuestro, el de todxs, el que existe más allá de las decisiones que se tomen en Silicon Valley o Universal Studios.

(Versión PDF)Maria Beas y Agustín Carrasco. Stranger Things. It’s a men’s world

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